Requiem pour L es un ritual, conmovedor y dramático, pero nada oscuro ni pesimista, en torno a la eutanasia. Confronta al público con este tema incómodo pero inevitable y al unísono indaga en los rituales de despedida, tan diversos en el mundo, pero siempre presentes en toda civilización.

Espectáculo perteneciente a la XXXVII Edición del Festival de Otoño.

Sinopsis

Decir que Alain Platel y su colaborador, el compositor Fabrizio Cassol, encaran la muerte en su última creación, Requiem pour L., no es una metáfora. Desde una omnipresente pantalla, a veces en cámara lenta y siempre en blanco y negro, asistimos a los últimos momentos de la vida de Lucie, una luchadora por el derecho a la muerte digna y al tiempo una apasionada admiradora del trabajo de Platel para su compañía belga les ballets C de la B.

Apenas supo que una severa enfermedad consumía sus días citó al creador belga y le dio permiso para grabarla mientras moría. Sabía que desde la sensibilidad de un autor como Platel, que ha abordado los grandes temas espirituales de la humanidad en trabajos como vsprs, pitié! o nicht schlafen, su muerte podía convertirse en un contundente y poético último acto de militancia a favor de la eutanasia.

Conmocionado todavía por la muerte de su padre y la de Gérard Mortier, su amigo y mentor, Platel sintió que más que con danza, era con música como quería despedir una y otra vez por todo el mundo, en cada noche de representación, a la mujer que le había confiado el registro de su partida de este mundo.

Proseguía por entonces la exitosa gira de Coup fatal, la pieza que había creado junto a Cassol, y gestaron entonces esta nueva colaboración, en la que contaminaron el Requiem, de Mozart, con sonoridades ajenas, principalmente africanas, y montaron con 14 músicos y cantantes en directo, de mayoría africana, este ritual, conmovedor y dramático, pero nunca oscuro ni pesimista.

Bajo la pantalla, en la que vemos a Lucie despedirse, cinco hileras de tumbas de distinto tamaño, a la manera del memorial al Holocausto de Berlín, y alrededor de ellas, a veces encima, los músicos y cantantes orquestando su emotiva ceremonia. Danza hay poca, movimiento mucho, pero aún así el baile se reafirma aquí como elemento indisociable a la despedida, quizá representando la celebración a la vida que todo ritual funerario conlleva.

Duración:
Sinopsis

Decir que Alain Platel y su colaborador, el compositor Fabrizio Cassol, encaran la muerte en su última creación, Requiem pour L., no es una metáfora. Desde una omnipresente pantalla, a veces en cámara lenta y siempre en blanco y negro, asistimos a los últimos momentos de la vida de Lucie, una luchadora por el derecho a la muerte digna y al tiempo una apasionada admiradora del trabajo de Platel para su compañía belga les ballets C de la B.

Apenas supo que una severa enfermedad consumía sus días citó al creador belga y le dio permiso para grabarla mientras moría. Sabía que desde la sensibilidad de un autor como Platel, que ha abordado los grandes temas espirituales de la humanidad en trabajos como vsprs, pitié! o nicht schlafen, su muerte podía convertirse en un contundente y poético último acto de militancia a favor de la eutanasia.

Conmocionado todavía por la muerte de su padre y la de Gérard Mortier, su amigo y mentor, Platel sintió que más que con danza, era con música como quería despedir una y otra vez por todo el mundo, en cada noche de representación, a la mujer que le había confiado el registro de su partida de este mundo.

Proseguía por entonces la exitosa gira de Coup fatal, la pieza que había creado junto a Cassol, y gestaron entonces esta nueva colaboración, en la que contaminaron el Requiem, de Mozart, con sonoridades ajenas, principalmente africanas, y montaron con 14 músicos y cantantes en directo, de mayoría africana, este ritual, conmovedor y dramático, pero nunca oscuro ni pesimista.

Bajo la pantalla, en la que vemos a Lucie despedirse, cinco hileras de tumbas de distinto tamaño, a la manera del memorial al Holocausto de Berlín, y alrededor de ellas, a veces encima, los músicos y cantantes orquestando su emotiva ceremonia. Danza hay poca, movimiento mucho, pero aún así el baile se reafirma aquí como elemento indisociable a la despedida, quizá representando la celebración a la vida que todo ritual funerario conlleva.

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