VOADORA: Othello

Otelo se caracteriza por ser una de las tragedias de William Shakespeare más contundentes desprovista por completo de comicidad alguna. Todo en ella es profundamente trágico de principio a fin.  Pues bien, en el espectáculo Othello, la mirada contemporánea de la compañía gallega Voadora y de su directora Marta Pazos está impregnada de ácida comicidad desde una perspectiva femenina que mantiene la vigencia del mensaje del bardo inglés.

Desdémona no ha muerto y así lo certifica ella de viva voz en la primera escena. Tanto es así que la idea de fuerza de partida del espectáculo es ella misma. Convertida en el eje dramático, conocemos su historia y su destino aciago a través de su propia voz narrada en el tiempo presente. De hecho, sus ojos y su voz son el único relato, pues el resto de personajes no tienen verdadera expresión verbal.

El trabajo físico y de expresión gestual de los personajes acompaña a la perfección a una propuesta escénica que destaca por su belleza plástica y su apuesta por el estímulo sensorial. Los movimientos, los gestos, algunos de ellos rozando la caricatura por su exageración, la forma de decir, de callar y de mirar están siempre a favor del suceso escénico: la ridiculez del vicio que descarga de toda tragedia la fatalidad de los actos cometidos. El elenco al completo está magnífico, con una especial mención al trabajo tan versátil y efectivo de Mari Paz Sayago en su arrollador papel de Desdémona y a Ana Esmith que lleva al personaje de Yago a otro nivel con una capacidad de interpretación gestual arrebatadora.

Fernando Epelde ha realizado un riesgoso pero estupendo ejercicio dramático que ha dado como resultado una composición fresca y dinámica. Si bien, la obra es una versión del clásico shakesperiano, y en efecto ha despojado al texto de todo el conflicto bélico del original, la actualización y la eliminación del tono trágico no han sacrificado la permanencia de los símbolos principales, verdadera esencia de los textos clásicos. Este es sin duda un grandísimo acierto que permite apreciar una hermosa simbiosis del trabajo de dramaturgia y dirección que siempre destaca en las producciones de Voadora. En la creación de un lenguaje dramático propio, el empleo de un humor perspicaz es clave para dirigir el relato de un suceso trágico en su fondo hacia un lugar de comicidad ácida, que persigue evidenciar la irrisión que realmente provocan ciertos comportamientos viciosos. La obsesión por el poder, los celos, el machismo, el racismo, el desprecio, y muy significativo el abuso y desgaste de la palabra honestidad que la condena a la más barata de las falsedades.

La puesta en escena en apariencia sencilla es muy sugestiva con esas larguísimas telas de gasa color piel, que posibilitan el juego constante de la verdad y la mentira, de lo que se ve y lo que se esconde. Esta aparente desnudez escénica funciona a la perfección para marcar la grandilocuencia de la plasticidad y la expresión. A todo ello contribuye de forma determinante la música, eléctrica y penetrante no deja de narrar de principio a fin, puesto que es un elemento fundamental del todo dramatúrgico.

El Othello de Marta Pazos es una propuesta escénica arriesgada que convierte, con originalidad y descaro, en una comedia ácida a una de las mayores tragedias de la historia del teatro. Un espectáculo que cautiva al espectador y lo sumerge en un viaje escénico vibrante e hipnótico que no deja indiferente. Los celos, ese monstruo de ojos verdes, en este montaje brillantemente verde y enorme, fagocita al moro de Venecia y lo condena a un infierno que, él mismo desde sus propias fobias, ha creado.

 

Othello es el segundo montaje que veo de la compañía Voadora. La primera vez que me acerqué a su forma de hacer teatro fue con Sueño de una noche de verano del también célebre dramaturgo inglés William Shakespeare.Voadora es siempre transgresora y se sale de lo común, pero en eso radica su diferencia con el resto de compañías. En Othello he visto muchas cosas que me han impresionado y me han encantado.Lo primero ha sido el arte gestual utilizado por la compañía, tan mágico y tan maravilloso que en muchas ocasiones las escenas que el público presenciaba parecían cuadros en vivo y en directo.La paleta de colores que se utiliza en la función son un complemento perfecto a los actores, un camuflaje ideal para que ellos escuchen sin ser vistos, actúen sin ser conscientes de lo que tienen del otro lado, es como una extensión del actor y actriz. Me ha impactado que la voz de todos los personajes masculinos y femeninos de la obra sea puesta por el personaje de Desdémona: el personaje central de la obra y casi el gran olvidado, ya que todo gira en torno a Othello, pero ¿qué fue ella en la obra? Creo que fue un títere al que todos hicieron y deshicieron para llegar a Othello. Por eso, cuando ella es la elegida para poner voz a todo lo que dicen y hablan de ella es tan simbólico, es tan duro, pero bonito.He sentido este clásico tan denso, tan oscuro y tan lento de leer con gran livianez, con un humor mordaz y oscuro, pero fácil de seguir.Siento que Voadora reinterpreta a Shakespeare a su manera, pero siempre siendo muy considerados con el texto original, pero por otro lado, los temas que tratan en Othello los actualizan y eso es lo que hace que el público no se pierda por el camino.Volvería a leer Othello otra vez por Voadora.

Una magia indiscutible es la que pone la Compañía Voadora, tan clara en esa intención "irreverente y cuidada en su puesta en escena", en un compendio casi perfecto que combina la creatividad divina de la directora Marta Pazos, la investigación en la creación contemporánea y un equipo artístico que juega con distintas disciplinas concretando un éxtasis sobre el escenario tan gustoso, exquisito, brillante que consigue perfilar la casi perfección de la dramaturgia, el teatro, la creación escénica. El equipo, compuesto por Joaquín Abella, Ángel Burgos, Ana Esmith, Chumo Mata, Mari Paz Sayago y Hugo Torres consigue con sobresaliente capturar la escena, ensimismar al espectador, activar toda esa serie de locuras teatrales, tan difíciles de imaginar como de concretar sobre las tablas. Lo consiguen. Juegan con el verde chillón, con el desnudo, con el tamaño, la recitación del texto, con la adaptación nada menos que de uno de los grandes clásicos de Shakespeare, Othello, y siempre en el bienvenido Teatro Abadía que vuelve a dar la campanada con una muestra de todo lo infinito que el teatro, -el clásico, el vanguardista, el contemporáneo- puede llegar a conseguir. Bravo, bravo, bravo.