Si la adolescencia fuera un estilo musical, ¿cuál sería? La respuesta puede depender de tantas cosas… me dirán. La dramaturga y directora francesa Séverine Chavrier (que dirige el CDN Orléans / Centre-Val de Loire desde 2017) tiene también formación musical y filosófica y ha escuchado a un cuarteto de jóvenes que están ‘haciéndose’ músicos, con la exigencia que eso conlleva en una edad en la que es muy difícil conjugar la constancia y la disciplina con el tsunami hormonal. “La música -dijo Thomas Bernhard- en su sensualidad y abstracción está por encima de todo”. Chavrier tiene muy presente al escritor austriaco, de quien llevó a escena la novela La calera , con estreno el año pasado en el Teatre Nacional de Catalunya, en Barcelona. Ahora llega a Madrid para estrenar en nuestro país esta ronda de pasiones, pasión por la música y pasión por los jóvenes. Los cuatro que conforman el elenco de Aria da Capo tienen entre 16 y 18 años. “La materia prima que quiero preservar -declara la autora- son sus palabras, sus preocupaciones, sus confidencias, sus risas, su complicidad, su lucidez, su intransigencia”.

Sinopsis

La obra se presenta como si fuera un trozo arrancado del día a día de sus vidas reproducido en escena, donde se muestran sus anhelos y fracasos, la propia poesía de un momento que siempre supura la pasión y el deseo de lo extremo, porque los sentimientos y su demostración tienen la cualidad de lo primero y lo último, de la inauguración y del deceso; todo nace y muere con extraordinaria vehemencia, con la concupiscencia por bandera. Y ese arrebato, por mucho que el mundo siga siendo adultocentrista y la adolescencia se entienda como un momento complicado que pasará, es un ensayo del futuro. En estas vicisitudes protagonizadas por tres chavales y una chavala conviven las exigencias del aprendizaje con las ambigüedades del amor y la amistad, “una fiesta continua donde cada uno se enfrenta a su soledad a través del grupo”, en palabras de Chavrier.

Músicos y adolescentes. Música y adolescencia. Que levante la mano el que no se refugió en una canción en aquellos años. Estos cuatro jóvenes, protagonistas de Aria da Capo (título que le hace un guiño a las Variaciones Goldberg de Bach), viven entre el sonido complejo de las partituras que estudian y los archivos mp3 que contienen las canciones del momento, y en esa rica mezcolanza en la que se empeñan y se solazan, bucles de letras cantadas con rabia o euforia y exámenes de piano y fagot, se suceden los días como variaciones sobre el mismo tema. Pero la obra no es una simple actuación musical, sino que trata de reflejar también esa otra complicada relación que mantienen los jóvenes (¿o toda la sociedad ya?) con la pantalla, por donde todo pasa a su pesar, conscientes de cómo un dispositivo puede robarles el tiempo y, sin embargo, conscientemente esclavizados como si no hubiera una alternativa posible. ¿La hay?

Texto, imagen, canción y varios planos escénicos que son un trasunto de los diversos espacios en los que pasa la vida de los protagonistas. En el escenario, dos jaulas con espejos, algunos toques de color, un piano. Y, por detrás, se adivinan unas sillas dispuestas para ejecutar un concierto o para escucharlo. Ellos se tumban, se mueven, bailan, cantan, saltan, usan palabras groseras, hablan de ligues y de drogas, de música, de lo que estudian. Se graban, se muestran, se construyen. No son actores, son amigos realmente, estudiantes del conservatorio de Orléans, que se llaman sobre el escenario por sus nombres de pila. La realidad sobre un escenario se vuelve de pronto terriblemente conmovedora. Y como espectadores entramos en esa extraña y contemporánea espiral que supone ver sobre un marco de ficción a unas personas reales que juegan a ficcionarse a sí mismas imitando la vida que llevan. Dicen las críticas en Francia que hay mucha emoción en todo esto. Vello presto a erizarse, pues.

 Información práctica
MADRID
17 y 18 de noviembre – 20:00 h
 Vídeo
Duración:
Idioma:
Francés

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Sinopsis

La obra se presenta como si fuera un trozo arrancado del día a día de sus vidas reproducido en escena, donde se muestran sus anhelos y fracasos, la propia poesía de un momento que siempre supura la pasión y el deseo de lo extremo, porque los sentimientos y su demostración tienen la cualidad de lo primero y lo último, de la inauguración y del deceso; todo nace y muere con extraordinaria vehemencia, con la concupiscencia por bandera. Y ese arrebato, por mucho que el mundo siga siendo adultocentrista y la adolescencia se entienda como un momento complicado que pasará, es un ensayo del futuro. En estas vicisitudes protagonizadas por tres chavales y una chavala conviven las exigencias del aprendizaje con las ambigüedades del amor y la amistad, “una fiesta continua donde cada uno se enfrenta a su soledad a través del grupo”, en palabras de Chavrier.

Músicos y adolescentes. Música y adolescencia. Que levante la mano el que no se refugió en una canción en aquellos años. Estos cuatro jóvenes, protagonistas de Aria da Capo (título que le hace un guiño a las Variaciones Goldberg de Bach), viven entre el sonido complejo de las partituras que estudian y los archivos mp3 que contienen las canciones del momento, y en esa rica mezcolanza en la que se empeñan y se solazan, bucles de letras cantadas con rabia o euforia y exámenes de piano y fagot, se suceden los días como variaciones sobre el mismo tema. Pero la obra no es una simple actuación musical, sino que trata de reflejar también esa otra complicada relación que mantienen los jóvenes (¿o toda la sociedad ya?) con la pantalla, por donde todo pasa a su pesar, conscientes de cómo un dispositivo puede robarles el tiempo y, sin embargo, conscientemente esclavizados como si no hubiera una alternativa posible. ¿La hay?

Texto, imagen, canción y varios planos escénicos que son un trasunto de los diversos espacios en los que pasa la vida de los protagonistas. En el escenario, dos jaulas con espejos, algunos toques de color, un piano. Y, por detrás, se adivinan unas sillas dispuestas para ejecutar un concierto o para escucharlo. Ellos se tumban, se mueven, bailan, cantan, saltan, usan palabras groseras, hablan de ligues y de drogas, de música, de lo que estudian. Se graban, se muestran, se construyen. No son actores, son amigos realmente, estudiantes del conservatorio de Orléans, que se llaman sobre el escenario por sus nombres de pila. La realidad sobre un escenario se vuelve de pronto terriblemente conmovedora. Y como espectadores entramos en esa extraña y contemporánea espiral que supone ver sobre un marco de ficción a unas personas reales que juegan a ficcionarse a sí mismas imitando la vida que llevan. Dicen las críticas en Francia que hay mucha emoción en todo esto. Vello presto a erizarse, pues.

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17 y 18 de noviembre – 20:00 h
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