Dances for an actress

Dances for an actress

De Pina Bausch a Simone Forti, de Isadora Duncan a Rihanna, pasando por Fiebre del sábado noche, Dances for an actress revela, desde una posición discursiva poscolonial de reconstrucción de la memoria dancística, un placer, una libertad, una entrega emocional y una intensidad genuinas, incomparables, siendo como es un montaje sencillo, sin grandes alardes espectaculares.

Obra en inglés con sobretítulos en español.

Sinopsis

El compromiso ecológico adquirido por Jérôme Bel, que usa la iluminación que hace falta, ni más ni menos, a base de lámparas de bajo consumo, y el vestuario lo pone la propia actriz. La energía total consumida durante la obra equivale a una hora de aspiradora. Es, quizás, una circunstancia secundaria todavía, pero nos tiene que hacer reflexionar. El progreso tal y como lo hemos entendido nos aboca a la destrucción del planeta y tenemos que empezar a pensar en lo fundamental y eliminar lo accesorio. Un debate en ciernes en los ámbitos artísticos.

De Keersmaeker nos enseña, para empezar, lo que todavía recuerda de las clases de ballet que hizo entre los 6 y los 14 años. No lo actúa, solo lo muestra. ¿Danza posdramática? Es danza no desde la ausencia de técnica, sino desde el estado de ánimo. Después del calentamiento, el Prélude de Isadora Duncan, con música de Chopin. Por una vez (no se vuelve a repetir en el resto de la obra), la actriz explica los gestos de Isadora Duncan como quien explica la obra custodiada en un museo. De ahí al Café Müller de Pina Bausch, despojándose de su ropa mientras la ópera de Purcell invade la escena. Es imposible acercarse al mito Bausch, sin embargo, un escalofrío mágico recorre la sala. Algo está pasando, algo inexplicable. Pasará todavía por la exuberancia del Diamonds de Rihanna y por la senectud de Kazuo Ohno, por el amasijo de materia cárnica en Huddle de Simone Forti y por la erótica disco de los cuerpos en Fiebre del sábado noche. Tensión entre danza (academia) y baile (cultura popular). Llegaremos al final con la extraña y gozosa sensación de haber visto florecer un vegetal híbrido del que nunca antes habíamos visto una flor igual.

Duración:
Sinopsis

El compromiso ecológico adquirido por Jérôme Bel, que usa la iluminación que hace falta, ni más ni menos, a base de lámparas de bajo consumo, y el vestuario lo pone la propia actriz. La energía total consumida durante la obra equivale a una hora de aspiradora. Es, quizás, una circunstancia secundaria todavía, pero nos tiene que hacer reflexionar. El progreso tal y como lo hemos entendido nos aboca a la destrucción del planeta y tenemos que empezar a pensar en lo fundamental y eliminar lo accesorio. Un debate en ciernes en los ámbitos artísticos.

De Keersmaeker nos enseña, para empezar, lo que todavía recuerda de las clases de ballet que hizo entre los 6 y los 14 años. No lo actúa, solo lo muestra. ¿Danza posdramática? Es danza no desde la ausencia de técnica, sino desde el estado de ánimo. Después del calentamiento, el Prélude de Isadora Duncan, con música de Chopin. Por una vez (no se vuelve a repetir en el resto de la obra), la actriz explica los gestos de Isadora Duncan como quien explica la obra custodiada en un museo. De ahí al Café Müller de Pina Bausch, despojándose de su ropa mientras la ópera de Purcell invade la escena. Es imposible acercarse al mito Bausch, sin embargo, un escalofrío mágico recorre la sala. Algo está pasando, algo inexplicable. Pasará todavía por la exuberancia del Diamonds de Rihanna y por la senectud de Kazuo Ohno, por el amasijo de materia cárnica en Huddle de Simone Forti y por la erótica disco de los cuerpos en Fiebre del sábado noche. Tensión entre danza (academia) y baile (cultura popular). Llegaremos al final con la extraña y gozosa sensación de haber visto florecer un vegetal híbrido del que nunca antes habíamos visto una flor igual.

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