Baulín, mercader de quincalla y sueños, antihéroe a su pesar, delincuente desastroso y espectador insaciable de corrales de comedias, pasa sus días tratando de alcanzar fama, riquezas y gloria emulando en la vida lo que ha visto en las tablas del corral. Fracasando en cada intento, llega, sin fama, riqueza, ni gloria, con medio siglo en sus alforjas, a la conclusión de que su última oportunidad de celebridad es tener una muerte memorable. Con la inestimable colaboración de los espectadores y de su ratoncillo Quevedo, se decidirá que tipo de muerte es la más adecuada y espectacular, para que Baulín alcance la gloria deseada. Tras votaciones y simulacros varios se orquestará y se ejecutará la teatral muerte, convirtiendo al fin a Baulín en un personaje digno de las tablas de un corral de comedias… o no.
Baulín, es un tipo que llega tarde y mal a toda la historia, a todas las historias, recorre los grandes acontecimiento reales y dramáticos del siglo de oro, históricos y teatrales, pero siempre queda en los márgenes, a pasar de su empeño por figurar, queda siempre como figurante en las cunetas de los acontecimientos. Estuvo a punto de alzarse en Fuente Ovejuna, pero llego un día tarde, casi le contratan para ser criado de Rosaura, pero en la última entrevista Clarín se quedó con el puesto, Rinconete y Cortadillo le copiaron sus mejores trucos…una vez casi besa a la Calderona, un Virrey le pisó un pie, una noche entre bailes y bebidas le rompió los anteojos a Quevedo… Entiende el mundo a través las obras de teatro que desde niño ha visto a hurtadillas y desde esa mirada frustrada y fantasiosa nos lo muestra.
Desventuras y muertes de Baulín, el Encandilado nos invita a trazar puentes entre las aspiraciones, sueños, miedos y embelesos de un pobre hombre bueno (muy a su pesar) del Barroco y nuestros propios barrocos días. Ambientada en 1994, en mitad de la barroca resaca del ´92. Concretamente el día siguiente del día grande de las fiestas patronales del municipio de Gorgorito de las Fauces. Localidad por la que según dicen las lenguas que prometen, algún día, más pronto que tarde parará el AVE.
Al día siguiente de la celebración de Nuestra Señora de la Anacronía llega a la plaza, aún poblada con restos de mítines, pregones, bebidas, promesas y festejos de la noche anterior, José Francisco de la Huerta Baulín, con su tricicleta, su musiquita de afilador y sus mil objetos llenos de anécdotas, de puertas y excusas para visitar los delitos, pasiones y muertes y fantasmagorías que pueblan el imaginario y la literatura del Siglo de Oro, de su siglo de oro (chapado en oro), de la calderilla de sus días.
Llega Baulín, como siempre, tarde. Afilador, mercader, quincallero, vendedor de ungüentos y de exóticos inventos. Mientras monta su tenderete e intenta vender sus objetos acaba recorriendo su vida, narrador poco fiable, fantasioso vividor, habitante de lo inverosímil, su biografía sembrada de humor negro, desastres y fracasos. Al tiempo que convierte al público en sus clientes, en los habitantes de este municipio festejado de Gorgorito de las Fauces. Asignándoles el rol de cómplices, testigos y jueces en las decisiones y preparativos de su espectacular y memorable muerte áurea.