En el escenario, una multitud de pequeñas figuras humanas evolucionan dentro de un “jardín incoloro”, metáfora escénica de un pasado oscuro. Combinando las marionetas con texto y música, esta recreación fabulada del pasado portugués se presenta en un lenguaje accesible, para todas las edades. Como asegura el marionetista Igor Gandra, Dura Dita Dura es un espectáculo “para ver, oír, pensar y hablar”.
Este espectáculo pertenece a la 42º edición del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid.
Sinopsis
Este año se cumplen 50 del fin de la dictadura en Portugal y el Festival de Otoño aprovecha la efemérides para rescatar un espectáculo para todos los públicos que evoca mediante el teatro de títeres aquel periodo oscuro del país vecino y recrea la atmósfera de terror sordo que reinó durante medio siglo. La celebración escapa a contracorriente de la infinidad de informaciones y reportajes que se han venido publicando y emitiendo en los que el énfasis se ha hecho justamente en el final de un periodo, con la mirada puesta en el futuro, pero no en el pasado que dejaba atrás, como si quisiera borrarse de la memoria ese tiempo ominoso y dejar grabadas a conciencia las imágenes de júbilo y esperanza que se abrían en abril de 1974.
Dura Dita Dura es justamente el reverso de aquella celebración, esa mirada hacia atrás que se conserva en los libros de historia y en la memoria de quienes vivieron esos años y aún pueden recordar. La compañía de teatro de títeres y objetos Teatro de Ferro fue fundada en 1999 por Carla Veloso e Igor Gandra, y su nombre (Teatro de hierro) implica una posición moral (de resistencia), pero al mismo tiempo cambiante.
En 2009, 35 años después del final de la dictadura, estrenaron Dura Dita Dura. Presentada como un cuento (“Había una vez un niño que vivía en un pequeño país bordeado por un vasto océano. Se decía que desde ese país hombres de gran estatura —y hombres de todos los tamaños— se habían hecho a la mar en busca de otros países y otros pueblos…”), narra la historia de Baltasar, un niño que no habla pero escucha. Vive en un pequeño pueblo perdido, pero vigilado y autovigilado: los propios vecinos se espían unos a otros sometiéndose a un estrecho escrutinio que asfixia sus vidas.