El Canto de la Cabra es un referente del teatro independiente madrileño y ahora presenta Gota a gota en el marco de la XXXVII edición del Festival de Otoño.
Sinopsis
Había una vez un mundo condenado a repetirse que decidió tomarse el día libre. Nada le impedía parar, dejar de dar vueltas, o darlas en dirección contraria, o alrededor de otros soles, conocer otros mundos, trazar nuevas órbitas o no trazar nada, subir y bajar sin más, sin sentido. Nada le impedía llevar a cabo cualquiera de los sueños que cualquier otro mundo condenado a repetirse hubiera planeado hacer en su primer día libre. Pero él quería llegar más lejos, quería ser Dios, por eso decidió continuar girando como siempre.
No sé si este cuento define en algo a Gota a gota, creo que no, o sí, no es mi intención despistar. Quizá debería haber empezado hablando de la tensión de un hilo, de su comportamiento ante una pequeña brisa, de la posibilidad de que suceda algo que no debería suceder; quizá, entonces, citar a Didi-Huberman (Sur le fil, En la cuerda floja): «El hilo liga, encadena y da curso. O bien, por el contrario, rebana, aguza, afila y hace romper. El hilo siempre pende de un hilo. Tal es su belleza -su bello riesgo- y su fragilidad»… y a continuación, contar cómo apareció el primer hilo, decir que era horizontal y cruzaba el espacio de pared a pared, como el alambre de un funámbulo, a la altura del cuello, invisible. De alguna manera, empezar hablando de la tensión de lo que está sin ser visto, para poder, también de alguna manera, entrar en materia.
Hay gente capacitada para ello, para hablar de una obra de arte incluso aún siendo suya. Yo no, no voy a negarlo. La relación que tengo con el arte es la misma que tengo con las sombras de las paredes y las formas de las nubes. Una relación, al menos para mí, inexplicable.
Tal vez, Gota a gota sea eso: una nube. Una nube que dejamos un rato en escena, lo que aguante hasta desvanecerse. O hasta convertirse en lluvia. Una nube, una sombra, una mancha, un acto sagrado, por qué no; Dios es realmente misterioso, no existe pero si te fijas lo ves. De eso nos servimos los artistas, junto a obispos y chamanes, de la capacidad de todo ser humano de ver a Dios más allá de que exista o no.
En cualquier caso, es absolutamente intrascendente para la obra lo que yo piense o deje de pensar sobre ella. Está ahí, autónoma, ajena y totalmente despreocupada de mí. Sin ficción, sin interpretación, sin cuento, sin futuro prometedor… Sin esas cosas que se fueron cayendo solas y que no hicimos ningún esfuerzo por mantener. Esta ahí, no importa si llegó por sorpresa o si fuimos nosotros los que la sorprendimos. Está y, aunque solo sea por eso, hay que compartirla, dejar que se muestre, que baile sola.
Castellano
Había una vez un mundo condenado a repetirse que decidió tomarse el día libre. Nada le impedía parar, dejar de dar vueltas, o darlas en dirección contraria, o alrededor de otros soles, conocer otros mundos, trazar nuevas órbitas o no trazar nada, subir y bajar sin más, sin sentido. Nada le impedía llevar a cabo cualquiera de los sueños que cualquier otro mundo condenado a repetirse hubiera planeado hacer en su primer día libre. Pero él quería llegar más lejos, quería ser Dios, por eso decidió continuar girando como siempre.
No sé si este cuento define en algo a Gota a gota, creo que no, o sí, no es mi intención despistar. Quizá debería haber empezado hablando de la tensión de un hilo, de su comportamiento ante una pequeña brisa, de la posibilidad de que suceda algo que no debería suceder; quizá, entonces, citar a Didi-Huberman (Sur le fil, En la cuerda floja): «El hilo liga, encadena y da curso. O bien, por el contrario, rebana, aguza, afila y hace romper. El hilo siempre pende de un hilo. Tal es su belleza -su bello riesgo- y su fragilidad»… y a continuación, contar cómo apareció el primer hilo, decir que era horizontal y cruzaba el espacio de pared a pared, como el alambre de un funámbulo, a la altura del cuello, invisible. De alguna manera, empezar hablando de la tensión de lo que está sin ser visto, para poder, también de alguna manera, entrar en materia.
Hay gente capacitada para ello, para hablar de una obra de arte incluso aún siendo suya. Yo no, no voy a negarlo. La relación que tengo con el arte es la misma que tengo con las sombras de las paredes y las formas de las nubes. Una relación, al menos para mí, inexplicable.
Tal vez, Gota a gota sea eso: una nube. Una nube que dejamos un rato en escena, lo que aguante hasta desvanecerse. O hasta convertirse en lluvia. Una nube, una sombra, una mancha, un acto sagrado, por qué no; Dios es realmente misterioso, no existe pero si te fijas lo ves. De eso nos servimos los artistas, junto a obispos y chamanes, de la capacidad de todo ser humano de ver a Dios más allá de que exista o no.
En cualquier caso, es absolutamente intrascendente para la obra lo que yo piense o deje de pensar sobre ella. Está ahí, autónoma, ajena y totalmente despreocupada de mí. Sin ficción, sin interpretación, sin cuento, sin futuro prometedor… Sin esas cosas que se fueron cayendo solas y que no hicimos ningún esfuerzo por mantener. Esta ahí, no importa si llegó por sorpresa o si fuimos nosotros los que la sorprendimos. Está y, aunque solo sea por eso, hay que compartirla, dejar que se muestre, que baile sola.
- Compañía:
El Canto de la Cabra - Dirección:
Elisa Gálvez
Juan Úbeda - Autoría:
Elisa Gálvez
Juan Úbeda - Escenografía:
Elisa Gálvez
Juan Úbeda - Iluminación:
Juan Úbeda - Fotografía:
Elisa Gálvez - Producción:
El Canto de la Cabra