En 1975, en medio de una gira agotadora que tenía como eje las improvisaciones al piano cada noche, la celebridad del jazz norteamericano de vanguardia Keith Jarrett se encontró con un imprevisto fatal en Colonia, Alemania. En lugar del piano de cola imperial Bösendorfer 290 que habían acordado, se encontró con un desvencijado y destartalado piano sin marca ni pedigrí, inconcebible para el intérprete y compositor, que quiso cancelar y al final no pudo. Salió entonces al escenario y no solamente interpretó desde ese instrumento el mejor concierto de la gira sino de toda su carrera. The Köln Concert es citado como concierto ejemplar y musicalmente único pero también como la prueba irrefutable de la primacía y el poder del sentimiento en la música.

Es bueno conocer la anécdota para poder acceder a las intenciones últimas que hay detrás de The Köln Concert, la versión coreográfica que ha ideado el creador estadounidense Trajal Harrell, uno de los nombres más reputados e innovadores de la nueva danza y al que el Festival de Otoño de Paris dedica su Portrait en 2023 con 9 de sus obras. Hay vestigios de la pandemia del coronavirus en esta creación que consiste principalmente en solos que se bailan reunidos. El encierro y la incomunicación dejaron a Harrell reflexionando sobre la danza de la privacidad, la que solitarios en nuestra casa hacemos para el disfrute, sobre la premisa de libertad que otorga no ser visto cuando bailas esa música que te gusta.

Sinopsis

Una escenografía simple de siete taburetes de piano perfectamente distanciados unos de otros subraya la sensación de aislamiento, mientras los bailarines, incluido el mismo Harrell, van entrando con sus trajes de pieles, terciopelo y flecos, cada uno ensimismado y emocionado con la envolvente improvisación de Keith Jarrett. Están sobreexpuestos pero no lo parece.

El coreógrafo no para de jugar con los espectadores desde el mismo momento que entran a la sala. Instalado cómodamente, observa al público llegar como si él espectador fuese él. Sabe que en la cabeza de todos está la idea de ver bailado el concierto de Jarrett y sorprende y despista con un preludio, interpretando un solo de danza a partir de una canción de Joni Mitchell.

A fecha de hoy, Trajal Harrell, que ha basado buena parte de su obra analizando y reinventado la cultura de la danza y la música vanguardistas de su país, sigue suscribiendo el lema del No manifiesto, de Yvonne Rainner, que decía aquello de “no al espectáculo, no al virtuosismo”, un pensamiento que fue guía y parte esencial de su trabajo más complejo, celebrado y difundido: Twenty Looks o París is Burning at the Judson Church, proyecto largo que desarrolló entre 2009 y 2013.

Como coreógrafo, parecía sentir necesidad de reivindicar y homenajear a un tiempo a los pioneros, a ese grupo de artistas reunidos en los años sesenta en el efímero pero significativo grupo de la Judson, los artistas posmodernos que abogaron por la libertad creativa y el derribo de las normativas impuestas a la danza. Pero al mismo tiempo rizaba el rizo imaginando cómo sería un encuentro entre los cultos posmodernos y los que, simultáneamente, en  otro lado de la misma ciudad de Nueva York, estaban construyendo el voguing, baile de los afroamericanos de Harlem, de la resistencia LGTBI, que progresivamente evolucionaría hasta Madonna.

Vestidos de negro, de puntillas, Trajal Harrell y sus seis compañeros intérpretes representan una forma de danza individual en el cruce entre diferentes géneros, en la que el voguing se mezcla con influencias que van desde la antigua Grecia hasta el teatro Noh.

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Sinopsis

Una escenografía simple de siete taburetes de piano perfectamente distanciados unos de otros subraya la sensación de aislamiento, mientras los bailarines, incluido el mismo Harrell, van entrando con sus trajes de pieles, terciopelo y flecos, cada uno ensimismado y emocionado con la envolvente improvisación de Keith Jarrett. Están sobreexpuestos pero no lo parece.

El coreógrafo no para de jugar con los espectadores desde el mismo momento que entran a la sala. Instalado cómodamente, observa al público llegar como si él espectador fuese él. Sabe que en la cabeza de todos está la idea de ver bailado el concierto de Jarrett y sorprende y despista con un preludio, interpretando un solo de danza a partir de una canción de Joni Mitchell.

A fecha de hoy, Trajal Harrell, que ha basado buena parte de su obra analizando y reinventado la cultura de la danza y la música vanguardistas de su país, sigue suscribiendo el lema del No manifiesto, de Yvonne Rainner, que decía aquello de “no al espectáculo, no al virtuosismo”, un pensamiento que fue guía y parte esencial de su trabajo más complejo, celebrado y difundido: Twenty Looks o París is Burning at the Judson Church, proyecto largo que desarrolló entre 2009 y 2013.

Como coreógrafo, parecía sentir necesidad de reivindicar y homenajear a un tiempo a los pioneros, a ese grupo de artistas reunidos en los años sesenta en el efímero pero significativo grupo de la Judson, los artistas posmodernos que abogaron por la libertad creativa y el derribo de las normativas impuestas a la danza. Pero al mismo tiempo rizaba el rizo imaginando cómo sería un encuentro entre los cultos posmodernos y los que, simultáneamente, en  otro lado de la misma ciudad de Nueva York, estaban construyendo el voguing, baile de los afroamericanos de Harlem, de la resistencia LGTBI, que progresivamente evolucionaría hasta Madonna.

Vestidos de negro, de puntillas, Trajal Harrell y sus seis compañeros intérpretes representan una forma de danza individual en el cruce entre diferentes géneros, en la que el voguing se mezcla con influencias que van desde la antigua Grecia hasta el teatro Noh.

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