Un 4,2 como nota final del trabajo de fin de estudios de la RESAD fue la culpable de que José Andrés López, dramaturgo y director de esta pieza, empezara a cuestionar la educación familiar y académica que recibimos a lo largo de nuestra vida. En uno de los pasajes del texto, dice Carlitos, el personaje de Carlos Gorbe, que «La palabra educación proviene del latín: educere. Significa sacar o extraer.» La RAE, en su segunda acepción, la define como «f. Crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes.» Y ya en esta, podemos atisbar la tiranía que esconde dicha doctrina para convertirte en una persona apta en la vida personal y en la pedagógica.
¿Qué connotaciones tiene la puntuación suficiente? ¿Qué legado han dejado nuestros padres en nosotros? y ¿Qué traumas hemos heredado de adultos por la educación recibida? son, entre otras, las cuestiones que José Andrés nos traslada en este montaje.
El joven malagueño, nos muestra en uno de sus textos con más tintes autobiográficos, una propuesta irreverente en la que por momentos se vislumbra una influencia lorquiana, con personajes que manifiestan querer huir de su casa «que huele a vejez y a enfermedad.»
La soledad y la nostalgia son muchos de los temas que aborda esta excelente propuesta que cuenta con un equipo (Carlos Gorbe, Paloma García-Consuegra, Irene Doher y el propio autor) perfectamente engranado que deja entrever todo el trabajo que hay detrás de la función.
Un texto brillante que se cuela y penetra como la humedad hasta lo más hondo de nuestro ser.