Para muchos es difícil hablar de las cosas que nos atraviesan de lado a lado, de arriba abajo, que configuran nuestras vidas. Hay algunos puntos ciegos en nuestra experiencia vital, espacios de trauma, lugares a los que no queremos ir o a los que sólo vamos en un entorno muy seguro, en la intimidad. Alejandra Martínez de Miguel ha convertido este teatro en su entorno seguro, parece, en su intimidad, porque pone las tripas encima de la mesa y nos cuenta todo lo que la ha traído hasta aquí: nos habla de su infancia, de su familia, de su relación con la enfermedad, con el deseo, al fin y al cabo, con el cuerpo.
La fuerza y la valentía de esta poeta y actriz sobre el escenario es indescriptible, no sólo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. No le hacen falta mucho más que un par de luces bien puestas, algún visual, su voz y su propio cuerpo, ayudado esta vez de Bárbara Valderrama, quien dirige la función. Alejandra nunca ha necesitado fuegos artificiales -aunque serían una pasada- porque ella sola lo llena todo. Es especialmente emocionante el momento en el que habla de su madre. No hay trampa ni cartón, lo que se ve es tan auténtico que traspasa, llega directamente, de su intimidad a la nuestra, sus traumas dialogan con los nuestros, aunque no sean los mismos, porque con casi todas las artes pasa un poco eso: que la canción al final siempre acaba hablando de ti aunque su autor ni te conozca.
La única manera de emocionar y de que alguien al otro lado lo viva contigo es quitar cualquier tipo de filtro, quitar cualquier cosa que no tenga que ver con las tripas, con el estómago, con lo salvaje y natural. Es difícil de describir, así que id a verla. No le falta mucho para pegar un puñetazo encima de la mesa y que, de repente, no haya manera de conseguir entradas para nada de lo que haga. Ya están a la venta sus funciones de marzo.