El teatro, como la literatura o cualquier arte sirve para plasmar una realidad y hacerla entender, denunciarla o hacerla inolvidable. En algunas ocasiones, explicar una historia real encima del escenario es una herramienta muy potente para hacerla entender e intentar que no se vuelva a reproducir.
Esta es la historia de Alan Montoliu, un chico transexual que sufrió un calvario por la transfobia i el acoso escolar. A pesar del amor que le procesaba su familia no pudo con todo el odio y la falta de respeto que recibió por parte de sus compañeros/as de clase, profesores y gente de fuera del círculo familiar. La presión, la tristeza y el malestar que le ocasionaron hizo que Alan se suicidara con solo 17 años.
Se trata de la conmovedora narración de una vida que pretende exponer una violencia pretendidamente silenciada. Emocionan las melodías y las letras creadas por Mateu Peramiquel, las voces, pero sobre todo la fuerza del relato, que se sustenta en unas interpretaciones contundentes y con mucha presencia.
Ander Mataró, el protagonista, tiene una fuerza innata para desaparecer detrás de Alan, es su voz la que se escucha lidiando con todo el dolor y la incomprensión, la que grita con rabia contra aquellos que le hacen la vida imposible, la que intenta asumir y poner en valor por encima de todo el amor de su madre y su abuelo. La que se rinde cuando ya no puede soportarlo más. Mataró aguanta toda la obra encima del escenario estoicamente, dejando fluir cada sentimiento y pensamiento que le pasa por la cabeza a su personaje.
Alan, en realidad, se divide en dos interpretaciones estrella. Al lado de Mataró está Vinyet Morral que sorprende al público con su naturalidad. Este tándem arranca sonrisas y alguna emoción compleja, entre la tristeza y la alegría. La escena de la despedida entre Alana y Mia es, sin duda, la mejor de toda la obra. También los acompaña Patricia Paisal, que destaca por sus voces y también por su capacidad para dejar brillar al personaje principal.
En el escenario, una habitación. El santuario de cualquier adolescente, que se convierte en un espacio para soñar, descubrirse y también como refugio. Un reducto que permite al público trasladarse a la mente de Alan y sentir lo que él siente. Pensar que no es justo cómo acabó todo, pero al mismo tiempo darse cuenta que la lucha continua para otros y que es importante dejar claro que no puede volver a pasar.
Esta es la historia de Alan Montoliu, un chico transexual que sufrió un calvario por la transfobia i el acoso escolar. A pesar del amor que le procesaba su familia no pudo con todo el odio y la falta de respeto que recibió por parte de sus compañeros/as de clase, profesores y gente de fuera del círculo familiar. La presión, la tristeza y el malestar que le ocasionaron hizo que Alan se suicidara con solo 17 años.
Se trata de la conmovedora narración de una vida que pretende exponer una violencia pretendidamente silenciada. Emocionan las melodías y las letras creadas por Mateu Peramiquel, las voces, pero sobre todo la fuerza del relato, que se sustenta en unas interpretaciones contundentes y con mucha presencia.
Ander Mataró, el protagonista, tiene una fuerza innata para desaparecer detrás de Alan, es su voz la que se escucha lidiando con todo el dolor y la incomprensión, la que grita con rabia contra aquellos que le hacen la vida imposible, la que intenta asumir y poner en valor por encima de todo el amor de su madre y su abuelo. La que se rinde cuando ya no puede soportarlo más. Mataró aguanta toda la obra encima del escenario estoicamente, dejando fluir cada sentimiento y pensamiento que le pasa por la cabeza a su personaje.
Alan, en realidad, se divide en dos interpretaciones estrella. Al lado de Mataró está Vinyet Morral que sorprende al público con su naturalidad. Este tándem arranca sonrisas y alguna emoción compleja, entre la tristeza y la alegría. La escena de la despedida entre Alana y Mia es, sin duda, la mejor de toda la obra. También los acompaña Patricia Paisal, que destaca por sus voces y también por su capacidad para dejar brillar al personaje principal.
En el escenario, una habitación. El santuario de cualquier adolescente, que se convierte en un espacio para soñar, descubrirse y también como refugio. Un reducto que permite al público trasladarse a la mente de Alan y sentir lo que él siente. Pensar que no es justo cómo acabó todo, pero al mismo tiempo darse cuenta que la lucha continua para otros y que es importante dejar claro que no puede volver a pasar.