Hay títulos descriptivos y muy prometedores. En este caso, sabemos lo que vamos a ver; no nos pueden dar gato por liebre (aquí, en Tribueñe, nunca lo hacen). En un barrio tan madrileño y taurino, si añadimos nombres tan propios y apropiados como Hugo Pérez, la familia Studyonov, Badia Albayati, y un etcétera que desborda nuestros límites, el plato ha de resultar atractivo, apetecible y reconocible dentro de la sorpresa.
La factoría Tribueñe, tras ese inolvidable “Paseíllo” que aún resuena en nuestro paladar, tras ese “Por los Ojos de Raquel Meller” que todos nos habríamos llevado a casa, bucea en nuestro pasado plenamente actualizable con un respeto y un cariño que ponen en su sitio a apóstoles de modernidades anónimas e insustanciales. Las raíces son estructurales y no se pueden teñir de ideología visceral (en Tribueñe, de nuevo, tampoco lo hacen). Reivindican con orgullo un género de más calado y recorrido que el que otros nos quieren vender.
El vestuario es exquisito, preciosista, rico, colorista, original… Las músicas son un recorrido sentimental por recovecos de nuestro corazón que a veces con pudor reconocemos. El piano de Mikhail y de Tetyana vibra con resonancias de otro siglo. Hay danza, hay voces, hay un universo muy nuestro en este viaje por temas que conocemos y descubrimos… Continuar leyendo en Tragycom.