“Estamos un poco raras”. Tres actrices salen a escena y hablan a público. Explican lo que estamos a punto de ver, conectando la obra con la realidad, un punto fuerte y básico durante toda la función. Comienza Ana contra la muerte, una pieza escrita y dirigida por Gabriel Calderón con el objetivo de compartir y de intentar dar sentido a lo que ocurrió.
Una madre está viendo morir a su hijo. El impacto ya es grande y la escena recoge varios episodios del camino maternal; su sacrificio, la manera que tiene de dialogar con el mundo por lo que le está pasando, sus armas y sus constantes obstáculos, hasta su negación, enfrentamiento y desafío a la muerte.
Gabriela Iribarren, Marisa Bentancur y María Mendive van elaborando una sucesión de recuerdos de lo que pasó. A la vez, la importancia de esta obra también reside en todos los temas adyacentes que es capaz de tratar. Su actitud crítica y expositiva es síntoma de una dramaturgia escrita con buenas dosis reales, como el sistema sanitario hecho a la medida de unos pocos, la desigualdad social o cómo las circunstancias vitales aprisionan hasta el final. Todo en una impecable ejecución que va calando y emocionando en las butacas con una cercanía que no se abandona ni siquiera en el momento de los aplausos.
El miedo a vivir con miedo aparece exactamente con la misma forma que tiene la pieza; un teatro dentro de un teatro. Un espacio pequeño que se retroalimenta de lo que hay fuera, de lo externo, que también afecta. Porque si hemos ido al teatro a dejar la realidad fuera de allí, esta no es de ese tipo de obras. Y se agradece mucho.