Estamos ante un buen momento creativo para la comedia de pequeño formato. Representada en más de 70 casas particulares antes de aterrizar, finalmente, en el Club Capitol de Barcelona, Animales de compañía, que llega ahora a Madrid, es, en gran parte, paradigma de este fenómeno donde diversión, contenido, actualidad, ritmo frenético e interpretaciones realistas se dan la mano con resultados muy satisfactorios.
En este sentido, la obra es tan efectiva como arquetípica. A pesar de no inventar nada de nuevo, Estel Solé propone un juego de mentiras entre un grupo de amigos de entre 30 y 40 años, cada cual con sus secretos y sus miserias, donde la explosión de la tensión acumulada resultará inevitable. La historia es muy dinámica, avanza de forma trepidante y contiene hallazgos argumentales (o, más bien, gags) verdaderamente originales.
Quizás es un poco demasiado ambiciosa en la cantidad de temas y conflictos que toca, ya que no tiene tiempo de profundizar en la mayoría de ellos. Sin embargo, en los que dedica más atención, es donde más se nota la inteligencia de su autora que, con cierta perspicacia, ha dado preferencia a la espontaneidad de los diálogos y las situaciones. El espectáculo lleva en su ADN el habitual pesimismo de su generación pero, al mismo tiempo, no pierde la esperanza en la vida ni en el amor; estado de ánimo que, muy probablemente, comparte todo el mundo hoy en día.