Dice mucho a favor del espíritu autocrítico alemán, el hecho de que desde que Claus Peymann (director habitual Bernhard) estrenara «Ante la jubilación» en 1979, esta haya sido una de las obras más representadas de Bernhard en ese país, y no porque sea la más antinazi de todas las que escribió, sino porque también es la más antialemana (el sarcasmo del subtítulo es inequívoco). Aunque no es el teatro más exitoso del autor austríaco, sí es el más complejo y el que con más profundidad se adentra en el estado de una sociedad enferma que no se ha librado de la inmundicia de la horror. En cualquier caso, no es justo hablar de teatro «circunstancial», precisamente por esta voluntad escrutadora que nos concierne a todos nosotros.
En «Ante la jubilación» encontramos elementos recurrentes del teatro de su autor: monólogos dialogados, atmósfera opresiva, teatro dentro del teatro, confusión entre comedia y tragedia … El director polaco Krystian Lupa, gran conocedor de la obra de Bernhard, a quien ha traducido ya quien ha llevado escena varias veces, vuelve a poner en evidencia que las constantes de los textos del autor de «Extinción» es un material óptimo para desarrollar su idea de dramaturgia.
Digo lo que no me gusta y así ya me lo quito de encima: hay un abuso en la proyección de imágenes que hace que todo sea menos sutil.
La escenografía, del mismo Lupa, tal y como acostumbra, es sobria y ajustada a las indicaciones que proponía Bernhard. Acierta llevándose el piano, que en el texto está en el escenario, al fuera de campo para potenciar el efecto de la música en los personajes que la escuchan.
El montaje se vertebra a partir de los silencios entre monólogo y monólogo, espacios de reflexión capitales en la manera de entender el teatro del polaco, durante los cuales el espectador tiene tiempo de inmiscuirse en la psicología de los personajes y de mirar de comprender qué ha pasado en aquella casa. Pausas, maravillosamente interminables, que hacen explícito el lo monstruoso que plantea la historia.
Otro de los fuertes de Lupa es la precisión y la claridad con la que dibuja las relaciones humanas, sobre todo cuando lo que se trata es de hacerse daño. Los tres hermanos (Marta Angelat, Mercè Aránega y Pep Cruz) se relacionan mediante ofensas terribles que se tiran impertérritos y que encajan con la misma impasibilidad, la de quien lo ha dicho todo tantas veces que ya ha asumido la anormalidad de la relación .
El reto con que se enfrentan los actoress es inconmensurable. Mercè Aránega (Vera) ejecuta los silencios de manera excepcional y determina el ritmo, tan importante para Lupa. Pep Cruz (Rudolf), en una de sus interpretaciones más profundas, llena de matices, y con una gestualidad facial que dice más que páginas y páginas de libros de Historia. Marta Angelat (Clara) es la presencia que se ocupa de recordar a sus dos hermanos todo lo que ha pasado, y se refugia en la ironía y en la cultura como escudo protector contra la abyección de que ha sido y es testigo.
Lupa pone el foco en el horror que gravita en una sociedad enferma, que es latente y que no ha sido extirpado. El Holocausto ha dejado el campo libre a la abyección y al inhumano, que ya no parecen nada al lado de la historia europea del siglo XX. «Ante la jubilación» es teatro en que pasa muy poco, aparentemente, a escena, teatro digresivo que apela al espectador con un ritmo que no deja lugar a fugarse y te obliga a escuchar ya saber de qué somos capaces los hombres y las mujeres.