El dramaturgo mexicano David Gaitán desplaza a nuestra contemporaneidad su propia versión de la tragedia de Sófocles y se sirve de ella, con gran acierto, para reflexionar sobre el estado de nuestra democracia, el abuso de poder y el derecho (¿o el deber?) a la desobediencia frente a las decisiones arbitrarias del Estado. En tiempos de pandemia y restricciones, resuena, sobre todo, la necesidad del ritual funerario para despedir a los seres queridos y otorgarles, como dice la Antígona de Irene Arcos, la dignidad que merecen. “La guerra no termina hasta que cada uno está enterrado con su gente».
Gaitán busca con su Antígona desmarcarse del pensamiento binario y, a través de sus personajes poliédricos, construye una oda a la complejidad y la contradicción. El Rey Creonte, interpretado de forma magistral e hipnótica por Fernando Cayo, nos muestra todo el abanico del poder, desde el niño caprichoso al emperador despótico; risa y espanto a partes iguales. A ratos, eso sí, se siente un poco de envidia de aquellos que pudieron disfrutarla en el imponente escenario del Festival de Mérida, su primera casa antes de llegar a la Sala Max Aub de las Naves del Español.