Si los ochenta y comienzo de los noventa fueron campos donde cultivar el Satanic Panic, los cincuenta y los sesenta fueron, sin duda, los de lo Alien Panic (Término inventado para este texto). La semilla ya hacía décadas que estaba plantada, desde los veinte con la revista de Weird Tales y la de Amazing Stories, donde autores como Clark Ashton Smith, H.P. Lovecraft o Robert E. Howard hacían de la literatura pulp un culto donde manantiales primigenios extraterrestres y humanos de eras prehistóricas se enfrentaran a todo tipo de criaturas del todo irracionales.
Fue también, a finales de la enrarecida década de los treinta, donde un astuto Orson Welles hizo una adaptación radiofónica del clásico The War of Worlds de H.G. Wells por parte de un jovencísimo y astuto Orson Welles que liberó el caos. Poco importaba que cada pocos minutos recordaran a los oyentes que todo aquello era una dramatización y que nada era real, la semilla estaba plantada y el pánico también.
Lo que vino un año más tarde, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial y el horror producido hizo que después de darnos cuenta cómo de terribles podíamos llegar a ser, era mejor buscar respuestas en el espacio y culpar a estos hombrecillos grises de todo lo terrible que nos pasara a partir de aquel momento.
Es imposible comprender la filmografía de Ed Wood sin todos estos precedentes, del mismo modo que no se comprende sin el cine de terror de la Universal y Bala Lugosi. Como tampoco podemos entender, por ejemplo, los episodios de La Dimensión Desconocida, las películas de la Hammer o -directamente- el breve -pero terriblemente influyente- currículum de Richard O’Brien con The Rocky Horror Show y Shock Treatment.
Es posible que sin todo esto, lleno de imaginación febril y naif, así como el mamarrachismo más militante que en los noventa, en pleno revival de esta temática alienígena, Chris Carter creara The X-Filas y que Catatonia cantaran aquella extraña canción de amor denominada Mulder & Scully que nos decía: «Things are getting strange, Y’m starting tono worry / This could be a caos for Mulder and Scully / Things are getting strange, now Y can’t sleep alone» («Las cosas se están poniendo extrañas, empiezo a preocuparme / Este podría ser un caso para Mulder y Scully / Las cosas se están poniendo extrañas, ahora ya no puedo dormir sola»).
Pero volviendo hacia aquella época dorada del amor libre en según qué partes del mundo, en España teníamos a Mariano Ozores creando el género que precursor del Destape que se conoció -a posteriori- como Landismo y que colocaba en el diminuto hombre español entre todo el pecho y muslo de las suecas que buscaban el exotismo romántico todavía existente en las playas españolas. Procurando no enseñar demasiado e insinuar astutamente, porque todavía nos encontrábamos en plena dictadura y se tenían que tener cuidado con lo que hacían y decían, porque los inversores eran -también- españoles y no como con las películas de pecho y muslo y sangre de Jess Franco, que siempre contaba con capital foráneo. Desgraciadamente, en ambos casos, ya en la década de los noventa, pasaron al ostracismo cinematográfico.
Irónicamente, Ozores tuvo ocasión de mostrar lo que mejor sabía hacer con la distópica película de ciencia ficción La hora incógnita, pero el experimento no funcionó demasiado bien y dejó de experimentar con films españoles que podrían remitir a La Jetée y volvió al Landisme y en el pecho y muslo, que se le daba demasiado bien y es posiblemente gracias a este fiasco cinematográfico, ahora tenemos esta joya de teatro musical que es Baby boom.
Egos Teatre se reinventa una vez más con la parodia de las parodias, reinventándolo todo sin reinventar nada, haciendo de un vodevil convencional con sus habituales recursos y chistes para reinventarse y reírse del género del vodevil, del musical y de toda nuestra cultura ibérica sin despeinarse. Lo que podría ser una misión imposible es del todo factible con este musical.
Es muy posible que si este musical fuera foráneo y cinematográfico, sería totalmente de culto y sería habitual leer extensas disertaciones en fanzines y e-zines de cine de culto, así como ver camisetas en cualquier festival de cine digno de serlo. Y es lo que habría hecho John Waters si comprendiera mínimamente la cultura autóctona, así que simplemente sería su musical preferido. Lo que si podemos asegurar es que al saber este de su existencia, o en su defecto Richard O’Brien, se tirarían de los pelos por no haberlo pensado mucho antes.
Es una suerte que en ambos casos la alopecia hace demasiados años que apareció y no hay nada a temer.
La expectativa del espectáculo queda desmenuzada al ver como con un hilo tan grueso se puede hilar tan fino, mezclando todos los clichés cinematográficos que conocemos y dándole la vuelta de una forma tan exitosa y superando cada vez la nueva expectativa que la espectador pone en el espectáculo, porque cada vez que crees lo que puede pasar, el espectáculo da la vuelta y vuelve a sorprender sin miramientos. Haciendo que con cada voltereta, el público ría más aún con esta deliciosa boutade de la que no se puede decir más sin hacer spoilers de cómo se originó este mundo moderno en el cual ahora vivimos.
La música de Albert Mora, uno de los fundadores e intérpretes habituales de la compañía, planea por el musical más clásico con algunos ramalazos sondheimísticos con canciones corales, el yeyé, la bossa-nova y el pop sinfónico de la época en la línea de The Walker Brothers, que los intérpretes cantan fácilmente, convenciéndonos y seduciéndonos cómo si nada y entrando en su juego.
Mención aparte también merece Toni Sans, en una recreación totalmente fidedigna del que seria para nosotros el siempre estimado y añorado Saza y que es una delicia junto con el resto del reparto, que crea unos personajes cliché muy verdaderos.
Como bien decía la canción de The Rocky Horror Picture Show: «Don’t dream it, be it» («No lo sueñes, sélo»), y es esto, dejad de soñar que esta barrabasada se puede hacer, id al teatro y formad parte de ello. Os lo agradeceréis y es lo mejor que podéis hacer.