El Circo de los Horrores ha vuelto a sus inicios… sobre todo después del paréntesis que supuso Apocalipsis, una producción más grande y con un formato que se acercaba más al musical rock. Bacanal, en cambio, nos vuelve a servir la estética del cabaré, la versión más gamberra de Suso Silva y la proximidad con el público. El tema del erotismo, además, ha dado juego para desatar la estética y el estilo de la compañía, ya de por si bastante extremos.
Está claro que el Circo de los Horrores se debe cada vez más a su público. Esto es muy bueno, porque sabe qué tiene que ofrecer y porque ya tiene los espectadores entregados desde antes de entrar a la carpa. Ahora bien, también puede comportar algunos peligros, como el de alargarse con las interacciones o el de acabar descompensando el espectáculo a favor del humor salvaje y la irreverencia. Valga como ejemplo la primera parte, que dura una hora y cuarto y, en cambio, solo contiene tres números de circo.
Hay que decir, eso sí, que toda la parte circense es de gran calidad. Desde el número de antipodistas hasta el equilibrista con silla de ruedas, pasando por todos los números aéreos, el pool dance o el increíble contorsionista. Y evidentemente no nos podemos olvidar de Suso Silva en su clásico papel de Lucifer. Su papel de maestro de ceremonias es de aquellos que se queda grabado a la memoria. La gente lo sabe, la espera, y normalmente su aparición en el show es casi siempre un auténtico acontecimiento. No se puede describir, se tiene que ver.