En el imaginario colectivo tenemos varias canciones y trozos de obras donde se menciona a este noble animal, experiencias que resuenan en nuestro recuerdo.
Álvaro Tato tiene el don de aunar diferentes textos ofreciendo un fuerte hilo conector y captando la atención del espectador a través de la historia. Un todo que se convierte en algo más que la suma de las partes. Esto es, como si de un proceso de fotosíntesis se tratara, aúna diferentes materias inorgánicas -o fragmentos textuales- y los convierte en una historia en su conjunto dando a luz a personajes asombrosos. En este caso, un burro humanizado que nos cuenta sus andaduras haciéndonos reflexionar sobre este periplo en el que somos su compañero de viaje.
Yayo Cáceres, su partner in crime, recoge esta historia centrándose en la dirección escénica, donde destacan la interpretación del protagonista y la composición musical dando un sello personal a este asno. Tres músicos acompañan en intervalos cortos la interpretación de Hipólito especialmente desde una óptica musical y acompañando al discurso principal con la fuerza que ofrece la música en directo.
Carlos Hipólito deslumbra en su ejecución interpretativa. Ya no solo por su dominio escénico, donde modula la voz y el cuerpo en una simbiosis excelente. También, acompaña el texto combinando drama y comedia y transpirando una ternura que traspasa el proscenio y se desprende hacia cada espectador, apelando a nuestro subconsciente y a nuestra emoción.