Stage apuesta con Cenicienta el musical por una versión diferente del clásico, así que quien busque el cuento que muchas generaciones tenemos en mente, se llevará posiblemente una (grata) sorpresa. El musical que podemos ver en la Gran Vía es la versión de Rodgers & Hammerstein, quienes intentaron dar un giro a la historia y situarla en los años 50, con un argumento que tiene ciertos tintes feministas y sociales y que, a la vez, no pierde la magia ni el color.
En esta versión no encontramos a una Cenicienta indefensa, sumisa o delicada, si no a una protagonista con ideas propias que, sin perder la dulzura de la versión clásica, tiene más consciencia de clase y de la búsqueda de un amor sano. Al igual que el Príncipe, que tiene sensibilidad, escucha y empatía, y ve más allá de las apariencias, alejándose del canon masculino clásico de hombre de poder. Los matices diferenciadores del cuento clásico son suficientemente importantes para que las nuevas generaciones que vayan a ver esta versión en familia puedan tener una referente en Cenicienta o en el Príncipe que se acerque más a una figura en la que fijarse. Interpretados por Paule Mallagarai y Briel González, dos voces maravillosas, vemos una pareja con magnetismo y compañerismo en el escenario.
Hablando de voces no me puedo olvidar de la Hada Madrina, Mayca Teba destaca por tener un buen registro lírico y ser el hilo conductor de la magia del espectáculo, con varios trucos, incluidos cambios de vestuario espectaculares, que llevan al patio de butacas a un «oooooh» unísono varias veces. También destaca la interpretación de Mariola Peña, quien disfruta en su papel de madrastra con toques que recuerdan a Cruella De Vil.
Para mí, hay otro detalle maravilloso de principio a fin del musical y es el vestuario, cada pieza está muy pensada y trabajada, son diseños con muchos detalles y estilo y nos transportan fácilmente a la moda de los años 50.
En definitiva, un musical lleno de alegría, humor y magia para disfrutar de una versión mucho más acertada del clásico cuento.