Hay musicales que te hacen disfrutar, y otros que te devuelven a la infancia. Cenicienta, el musical, que triunfa estos días en el Teatro Coliseum de Madrid, pertenece sin duda a los segundos. Esta versión del clásico de Rodgers & Hammerstein demuestra que los cuentos pueden madurar sin perder su magia: sigue habiendo hada madrina, calabaza y zapato de cristal, pero también una protagonista con carácter, humor y una historia más cercana a los tiempos que corren.
Desde el primer número musical, el espectáculo conquista por su ritmo y su estética. La escenografía combina movimiento, color y tecnología de manera orgánica, logrando transformaciones que arrancan aplausos espontáneos. Cada cambio de escena es un pequeño truco teatral: sutil, elegante y sorprendente. El vestuario es otro de los grandes aciertos —vistoso, detallista y con un aire de alta costura que recuerda al cine de los años cincuenta—, y junto a la iluminación crea una atmósfera envolvente, a medio camino entre el cuento y el sueño.
La música en directo es impecable, con arreglos que respetan la esencia del musical original pero con un toque actual. Las transiciones entre diálogo y canto fluyen con naturalidad, y cada tema aporta algo distinto: humor, emoción o pura magia.
Paule Mallagarai, en el papel de Cenicienta, deslumbra con su voz cristalina y su presencia sincera. Logra que el personaje sea dulce sin resultar ingenuo, soñador pero firme. Su interpretación emociona porque no es una princesa de escaparate, sino una joven que aprende a creer en sí misma.
Mayca Teba, como el Hada Madrina, brilla con luz propia. Su potencia vocal, cercana al registro lírico, llena el teatro y convierte sus apariciones en auténticos momentos de magia. Hay una conexión especial entre su canto y lo que representa: cuando canta, el aire parece detenerse.
Entre los secundarios destaca Jaume Giró como Lord Pinkleton, que aporta una voz lírica impecable y un tono cómico muy bien medido. Su personaje es un guiño al teatro clásico de enredo, y cada una de sus intervenciones arranca sonrisas.
Esta Cenicienta no espera que la rescaten: es ella quien cambia su destino. La historia mantiene el espíritu romántico del original, pero añade un mensaje más actual y esperanzador: la verdadera magia está en creer en uno mismo.
En definitiva, Cenicienta, el musical es una celebración del teatro bien hecho: luminoso, divertido y lleno de emoción. Un espectáculo que combina lo mejor de los grandes clásicos con una mirada fresca y moderna. Sales del Coliseum tarareando, sonriendo y, sobre todo, con la sensación de que los sueños —a veces— también se cantan.