Edipo Rey o Asterión, el minotauro. ¿Qué comparten estos dos personajes con el príncipe protagonista de La vida es sueño? Y la respuesta es que los tres se ven prisioneros (en sentido figurado, pero también en sentido literal) de su propio destino. He de reconocer que, al entrar en el teatro y ver el escenario, me eché a temblar. El minimalismo escenográfico viene siendo una constante habitual en montajes clásicos, algo que (en mi humilde opinión) les ha hecho perder el pretendido efecto rompedor y «original». Sin embargo, en contra de lo que comencé pensando, el gran muro con puertas abatibles termina aportando dinamismo a los sucesivos cambios de escenario que acontecen a lo largo de la función, al igual que sucede con la ruptura de la cuarta pared.
Basilio (Ernesto Arias), rey de Polonia, está presente en todo momento, a veces como testigo horrorizado de la propia desgracia que él mismo ha ocasionado, dejándose arrastrar por el designio de los astros. Calderón supuso la mejor culminación del Siglo de Oro al saber exponer en este texto (con un magistral uso de un lenguaje conceptista/culteranista) los rasgos principales del Barroco: el doble juego realidad/sueño; vida/muerte o la intención moralizadora afín a las ideas de la Contrarreforma. Atención especial merece esa primera aparición de Segismundo encadenado (Alfredo Noval) donde el príncipe, como un «niño salvaje», balbucea/tartamudea sus primeras palabras hasta emitir su monólogo «Ay mísero de mí» como nunca antes lo habíamos visto. Segismundo, como un nuevo Tarzán, parece acabar de adquirir el lenguaje y con esa adquisición parece haber despertado también su conciencia. Calderón supo crear una de las obras más representativas de nuestro teatro. Es posible que el dramaturgo pudiera haberse inspirado en el caso del contrahecho príncipe don Carlos (primogénito de Felipe II), que terminó siendo encerrado por su propio padre al dar evidentes muestras de traición. Sea así o no, todo el elenco está maravilloso, destacando especialmente la presencia de Goizalde Núñez como el gracioso Clarín y su pegadizo número musical (con rasgos clown) Cuanto la gusta de Carmen Miranda.