Lo mejor cuando uno va al teatro es saber al menos ligeramente qué es lo que va a ver y luego dejarte hacer. Encontrarte con el trabajo y las propuestas que han hecho otros e intentar verlas con los ojos del corazón abiertos para que te puedan inundar. Ir sin saber o con el pre-juicio puesto sólo te lleva a la coraza y a no dejarte disfrutar.
Esta «Francisquita», con adaptación y dirección del gran Lluís Pasqual, es, como las últimas adaptaciones que estamos disfrutando en La Zarzuela un divertimento cuyo objetivo es limpiar de telarañas los rincones que las tienen y acercar al siglo XXI este género tan amado como denostado.
En esta adaptación, se han suprimido los diálogos y se nos presenta una versión con la música intacta y una propuesta escénica divertida, ágil, vistosa y muy, muy optimista y luminosa. La ORCAM, bajo la batuta de Oliver Díaz suena vibrante, jocosa y colaboradora. Un gustazo disfrutar a estos grandes músicos que parecen estar en su salsa. Igual que el coro, que en esta ocasión están INMENSOS, regalando algunos de los mejores momentos de la función. El cuerpo de baile, al mando de Nuria Castejón brilla y deslumbra. Alejandro Andújar viste y Pascal Mérat ilumina un escenario con las sombras de las épocas que reproduce. Grandes trabajos.
El elenco, con un Ismael Jordi fabuloso, Sabina Puértolas moviéndose bien en las notas altas y con un elenco acertado que completa Gonzalo de Castro dando sentido a la acción. Hay que destacar la fascinante presencia y el vozarrón espectacular de Ana Ibarra, que pone los pelos de punta tanto con esos graves rellenos de vida y de mal rollo como con un peso escénico brutal. Y Mª José Suarez que se come el escenario, bromeando consigo misma y con su «falta de diálogos». Genial ese brochazo metateatral y paradójico que da sentido, con dos pinceladas a toda la «controvertida» adaptación. Y Lucero Tena. En fin, el público en pie. Punto.
La versión que vemos en la Zarzuela es divertidísima, amena, y respetando al cien por cien la música de Amadeo Vives, pero ofreciendo una versión distinta y vibrante alejada de costumbrismos y de corralas. Aunque las corralas estén presentes, claro.
Sinceramente, no sé por qué se montan trifulcas con la dichosa adaptación. Estamos hartos de ver Sigfridos en plena Segunda Guerra mundial y Bohemes en polígonos. Pues esta versión es respetuosa con el original y llena de amor a la obra pero con una propuesta distinta. Además, es la propuesta del director de escena. Es loque ha querido hacer. Te gustará o no te gustará y ahí cada uno es muy dueño, pero es la suya. El día que nos llamen a los demás para dirigir propuestas, haremos las nuestras. Esta propuesta gustará a unos y a otros no, pero como todos los espectáculos del mundo mundial. Lo que pasa es que parece que para amar a este género en concreto hay que dejarlo intacto para los restos. Y si somos modernas somos modernas. No vale que pa esto sí y pa esto otro sin embargo, no. Hace tiempo, le oí a una señora en un entreacto en este mismo teatro… «hasta esto nos quieren quitar». Pues eso.
¿No será mejor relajarse y dejarse disfrutar?
Creo que está casi todo vendido, pero si escarbas.. igual todavía pillas alguna entrada para esta «Doña Francisquita» nacida con intención de divertir, de llenarnos de gozo y de hacernos salir a las terrazas de Madrid, que ahora mismo están de rechupete.
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