El aviador, dirigida por Josie Mendoza y representada en Sojo Laboratorio Teatral, es una de esas pequeñas joyas que aparecen de pronto en la cartelera y te recuerdan por qué el teatro tiene esa capacidad de tocarte el alma. La obra se centra en la figura de Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito, en un momento de su vida lleno de dudas, de nostalgia y de preguntas. A través de su relación con su esposa Consuelo y de sus propios ideales, nos invita a asomarnos al origen de su libro más famoso. Yo no conocía la historia personal de este escritor y me ha parecido fascinante descubrir, aunque sólo sea un poco, lo que pudo estar pasando por su mente cuando dio vida a ese niño y a su planeta.
El texto es, sencillamente, una maravilla. Cada palabra suena a poesía, pero no a una poesía vacía o decorativa, sino a una que cuenta, que guía, que te da justo la información que necesitas para seguir el hilo sin perder la emoción. Tiene esa mezcla perfecta de sensibilidad y claridad que hace que el espectador se mantenga dentro del relato en todo momento. Da gusto escuchar un texto tan bien escrito, tan medido y, a la vez, tan vivo.
A nivel escénico, sorprende cómo una obra tan pequeña puede sentirse tan grande. Sojo es un espacio pequeño y muy íntimo, pero está aprovechado con inteligencia. Juegan con las diferentes profundidades del escenario y consiguen que todo respire, que haya movimiento y aire. El vestuario está muy cuidado y ayuda mucho a situarte en el tiempo y el ambiente. Y qué decir de las interpretaciones. Los tres actores están brillantes, tanto en su forma de moverse como en la manera de decir. Las voces están muy trabajadas, llenas de matices, y contribuyen a crear una atmósfera envolvente. El aviador es una experiencia delicada, sincera y profundamente humana, un vuelo corto pero lleno de emoción que demuestra que no hace falta un gran escenario para contar una gran historia.