Diversión y altura.

El barberillo de Lavapiés

El barberillo de Lavapiés
03/04/2019

«El barberillo de Lavapiés» es un título emblemático de nuestra zarzuela. Daniel Bianco, en su afán por universalizar el género encargó a Sanzol tanto la versión como la dirección de escena, esperando buscar nuevos aires y atraer a un público quizá más joven y quizá más «teatrero».

Pues bueno, quizá el punto más flojo de este espectáculo, siempre según mi gusto único y personal, sea la dirección de escena. Junto con la escenografía De Alejandro Andújar, colaborador habitual de Alfredo Sanzol.

Debo decir que la batyta de José Migeul Pérez-Sierra consiguió sacar sonidos chispeantes de la ORCAM, aunque quizá hubo algún exceso en unos tempi que obligaron a los cantantes a apurar sus recursos. Aunque el respeto a los cantantes dominó la escena, cosa de agradecer, quizá le faltó un pelín de chispa rossiniana. Aun así, brillante el trabajo de la orquesta. Y por supuesto del coro. Se nota que les gusta la obra y que la han cantado mil veces. Especialmente algunas mujeres se veía claramente que estaban más participativas que otras veces. Bravo por todos.

En cuanto al elenco, yo vi al primer reparto. Al tener la función muuuucha parte interpretada sin cantar, salían a la luz más claramente las debilidades de cada uno. Bueno, casi, porque Borja Quiza brilla como un astro descomunal haga lo que haga. David Sánchez tiene un vozarrón impresionante (como ya demostró en esa joya que fue «María del Pilar»).  Fantástico todo el resto del elenco. Javier Tomé estuvo algo rígido en escena pero vocalmente cantó de forma brillante. María Miró tiene una voz bellísima y una dulzura cantando que te estremece. Sin embargo cuando sólo contaba con la palabra, se notaba un cierto toniquete que debería limar. Cristina Faus estuvo bien interpretativamente aunque su voz sonaba algo extraña, como si le resonara en un sitio extraño (yo diría que en los pómulos o en algún sitio atípico). Y Borja Quiza es como de otra liga. Canta que da gusto oírle, con control y brillo y además es un actorazo lleno de matices tanto en la palabra como en el gesto. En algún momento se vio obligado a pasar por el texto a toda velocidad. Bueno, eso pasó en general, se pasó un poco por encima de las palabras (responsabilidad de Sanzol) pero en el caso de Quiza era una lástima verle correr como un loco, porque su capacidad para dotar de carne a las palabras es fabulosa y era una pena verle correr como un loco sin tiempo para matizar más su texto.

La escenografía, para mi gusto fue el mayor lastre. Ya no por ver o no ver Lavapiés. Eso me da igual, porque ver Lavapíes… en fin. Quiero decir que no busco una escenografía ilustrativa sino coherente y a mi entender esta obra se mueve entre las luces del pueblo y las sombras de los follones políticos. Y la escenografía me pareció aparte de incómoda, muy oscura y para mi gusto le faltaba brillo y color. Las sombras las ponen la clase alta, preocupada por sus líos gubernamentales pero frente a eso, el pueblo se enfrenta con alegría, con color, con luces y con cante y baile. Ese colorido era el que me faltaba. Colorido que sí estaba en el vestuario fabuloso.

Otro puntazo es la coreografía de Antonio Ruz y el trabajazo del puñado de bailarines de lo mejor de España que están sobre el escenario derrochando adrenalina, sonrisas y alegría de vivir. José Luis Sendarrubias, Indalecio  Séura, el grandioso Alejandro Moya y la diosa Melania Olcina. NO se puede pedir más.

Otro exitazo de la Zarzuela que vuelve a programar un espectáculo de gran altura que NO hay que perderse. Aunque Sanzol no saque todo el partido que podría, sólo por disfrutar de fenómenos como el repartazo de bailarines o por aprender viendo y oyendo a Borja Quiza, merece la pena. Y muchísimo.

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