El prejuicio que disloca la vida del preso podría pasar desapercibido por esas mieles que llaman justicia divina. «Se lo ha buscado, un castigo merecido». Es por eso que escuchar el relato silenciado de la realidad de lo que esconde una prisión es un privilegio tal que te devuelve los pies al sitio, te recoloca en el estado de las cosas. Pone en jaque nuestra razón y entendimiento del delincuente, su naturaleza y a veces su vulnerabilidad. Con un texto original y dirigido por Carolina África, el nutrido y talentoso elenco compuesto por ocho personas brinca (y brilla) en escena, regalando minuto tras minuto una magia que levanta al preso del letargo, a la audiencia de la butaca, animándonos a sondear con los dedos esa palabra prohibida que se llama «libertad».
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