Todos nos creemos que nuestra familia es la única en la que pasan cosas «especiales» porque hay alguien un poco particular, al mismo tiempo que todos creemos que en nuestra familia no hay secretos, que eso es de otras épocas, o de otras familias. Marta Guerras ha escrito -y dirigido junto a Egoitz Sánchez-una obra muy redonda en la que sí, hay alguien un poco particular y sí, también hay secretos. El cuento del tomate frito es entender todo lo importante en una familia pero contarlo a base de carcajadas.
Es difícil describir una historia tan divertida y tan profunda al mismo tiempo, tan bien llevada a cabo por tres brillantes intérpretes como son Mónica Miranda, Alejandro Pau y Cristina Bernal, que son graciosísimos, todoterrenos que pasan por todos los estados vitales por los que pasaría cualquiera que atraviese un proceso tan complejo como el de redescubrir a alguien con quien llevas toda la vida conviviendo. Pero es fácil verse ahí, es fácil identificar patrones cercanos o propios, es fácil ver que no somos tan distintos.
Hay pocas cosas que reprocharles, es inesperada, es original, es bonita y es muy graciosa, es una manera de entender que en todas las familias se cuecen habas, pero sobre todo que, por muy especiales que nos creamos, en muchas familias se cuecen, de hecho, las mismas habas.
