Un joven atado a una silla y un hombre con una careta de… ¿Blancanieves, Rapunzel, Ariel? Ah, no… ¡De la Bella Durmiente! Esta es la imagen con la que despierta la obra y que ya nos va lanzando pistas de que El secuestro va a dar de todo, menos miedo.
Durante 75 minutos entramos en la casa de Paco, un carnicero cincuentón cuyo puesto de trabajo pende de un hilo. ¿El culpable? Un ministro corrupto que quiere cerrar el mercado donde trabaja. Es por ello por lo que el protagonista decide tomarse la justicia por su mano y, sin experiencia previa, secuestrar al hijo del político. Pero todo se tuerce con la inesperada visita de su hermana y su cuñado…
Lo que podría ser la sinopsis de un thriller, se convierte en la comedia más surrealista que hayáis podido imaginar. ¿Visualizáis, por ejemplo, a unos secuestradores extorsionando a una persona con una banda de cera depilatoria? ¿O echando el rato jugando al parchís con la víctima? Pues estas escenas y muchas más de este calibre son las que se suceden, risa tras risa, enredo tras enredo.
Y cómo no, todo este humor camufla lo más importante: un mensaje de conciencia social; de gente humilde que lucha, con mucha torpeza y sin nada de maldad, por mantener su vida y a su gente. Juntos, sin caer en chantajes, ni coacciones. Orgullosos de ser quienes son.
Así que, ¿qué más se puede pedir? Risas y que te remueva un poquito por dentro. Un secuestro que te mantendrá atado a la butaca del Teatro Lara y del que no querrás que paguen el rescate.