El protagonista escribe desde niño. Y esto se transforma en una pasión. A veces olvida los motivos y sólo escribe. A veces lo hace por dinero, campañas publicitarias. A veces para recordar, para fijar un instante. La obra también retrata a otros personajes que comparten el deseo de escribir. Son cinco actores que realizan de forma notable una veintena de interpretaciones.
El público se refleja en uno u otro y transita por diferentes estados: risas, reflexiones y emociones.
La escenografía juega un rol fundamental. Unas sillas plegables, un bebé de juguete, ropa para cada cambio de rol y hasta disfraces de soldados están desplegados en una pared; estos elementos se incluyen de una manera muy particular en cada escena. Un buen recurso para mantener cautivo al público mientras se narra la historia.
El relato entrelaza la memoria y la ficción. Hay un momento donde el mayor objetivo del protagonista se vuelve claro: él quiere ver su tratamiento en la pantalla grande. Y lucha contra todo para conseguirlo. La emoción salta de la escena hacia las butacas.
Un espectáculo que vale la pena experimentar. Sin duda.