Espectros es quizás para el gran público uno de los textos más desconocidos de Henrik Ibsen, famoso sobre todo por haber escrito Casa de muñecas. Yo al menos no lo conocía y no puedo estar más feliz de haberme adentrado en esta historia que escandalizó desde su mismo estreno, allá por 1882.
María Fernández Hache adapta y protagoniza con solvencia esta obra de Ibsen en un montaje donde el mobiliario de «cristal» nos remite a una casa en la que todo queda a la vista del espectador aun cuando todo intenta ocultarse por parte de una burguesía demasiado preocupada por el qué dirán. A través del personaje de Helena Alving (como pasaba con el de Nora en Casa de muñecas), el noruego se propuso arremeter contra la hipocresía de una sociedad que condenaba a la mujer si esta se salía del rol asignado de «ángel del hogar», una sociedad capaz de perdonar los «pecados masculinos» pero demasiado empeñada en condenar y exponer públicamente los pecados femeninos, al igual que puede apreciarse en otros textos como La letra escarlata, Madame Bovary, Ana Karenina o La Regenta, libro este último con el que la función guarda algún punto en común, como es la presencia del cura enamorado. Aunque si hay que hablar de otro texto con el que guarde un paralelismo, este sería La madre naturaleza, segunda parte de Los pazos de Ulloa en cuanto a ese amor imposible entre el hijo de Helena (un gran Andrés Picazo al que yo le hubiese reducido un par de grados de intensidad en el tramo final de la obra) y la doncella (Carla Díaz), igual que sucedía entre Manuela y Perucho de Emilia Pardo Bazán.
Son 141 los años que nos separan de aquella época en la que escribió Ibsen y, sin embargo, cuán actuales resultan los conflictos que nos plantea, como son el hecho de ese escrutinio constante al que se ven sometidas las mujeres, cuando estas, aun siendo engañadas y maltratadas, deciden denunciarlo públicamente. Que el caso de las últimas canciones de Shakira sirva de ejemplo de esto que comento. La Helena de María Fernández Hache lee El segundo sexo de Simone de Beauvoir y eso le ha permitido poner palabras a años de silencio, tratando de aparentar normalidad, viviendo la vida que otros han querido para ella, tolerando con abnegación los desmanes e infidelidades de su esposo, aunque eso, por fortuna para ella, ya se ha terminado.