El otro día estuve viendo Espejo de víctima, ese par de historias de Ignacio del Moral, dirigidas por Eduardo Vasco, ásperas, jodidas, retorcidas, tan inesperadas y a la vez tan excitantes, tan cañeras y disfrutables, que me zarandearon en la butaca como a un muñeco y que aún sigo con ellas metidas en la cabeza.
Un juego de dobles intenciones que nos muestra el lado más perverso del ser humano, invitándonos a descubrir cómo el dolor se vuelve incontrolabe, carcomiéndonos y sacándonos nuestro ser más irracional; y es que cualquier acto que escapa a nuestro control acarrea consecuencias inesperadas. No hay más que ver cómo se desarrollan las dos historias de Espejo de víctima, ¿somos tan buenos como nos creemos? Una función con una tensión entre la pesadilla y el thriller palomitero que resulta un grandísimo disfrute. ¡Cómo me lo he pasado con cada giro! Siempre un paso más allá de lo que uno prevee.
Ni qué decir tiene que he flipado con las interpretaciones tanto de Jesús Noguero, un actor que tiene la capacidad de sorprenderme con nuevos pliegues en su actuación y que aquí está desquiciadamente soberbio – Esa última parte no se puede hacer si no brota desde las tripas ¡y vaya que si le brota! – y Eva Rufo… ¡Qué lista es en sus elecciones! ¡Cómo paladea cada instante! ¡Es hipnótica! Todo el tiempo están pasándole un torrente de cosas por dentro, dejando que las veamos, aunque sean mínimas. Dibuja y respira cada gesto como propio, casi espontáneo. Dos seres rotos, sucios, emponzoñados y a la vez «tan nosotros». Juntos Jesús y Eva resultan explosivos ¡Ellos, sin duda, juegan en otra liga!
¡Las colas de espectadores para ver esta obra tendrían que dar la vuelta al María Guerrero!