Fuera de nuestro país, hay una gran confianza en los niños sobre el escenario, dejándolos llevar todo el peso de una obra y demostrándonos que son totalmente capaces de hacerlo. No nos engañemos, esto casi no pasa aquí y son contadas las ocasiones en que podemos verlo, lastimosamente. Por ello, entre muchos otros motivos, obras como ésta resultan un soplo de aire fresco y una manera diferente de ver y sentir el teatro.
Por otra parte, la puesta en escena resulta impecable y original, manteniendo una directa simbiosis con la misma historia que se narra. Así, tenemos teatro dentro del teatro (con la opción de estar al mismo tiempo también dentro del cine), una realidad vista por actores que a la vez son personajes o un paralelismo entre la actuación infantil y la adulta. Y por si esta deliciosa complejidad, pero fácil de digerir, no fuera suficiente, tenemos niños interpretando papeles de adultos de gran crudeza, reflejando unos sentimientos que por edad no les corresponden y que son capaces de transmitir. Estamos ante un juego teatral espléndido que emociona, nos hace reír y nos sorprende a partes iguales. Realmente, presenciar la actuación de estos niños, imitando a la perfección papeles adultos, con las emociones correspondientes, alrededor de una temática tan compleja como es la de un asesino de niños, nos abre grandes interrogantes y nos pone la piel de gallina al mismo tiempo. En este sentido, se trata de una obra con diferentes niveles de lectura y de análisis presentado con una aparente sencillez que es de admirar, convirtiéndola en una de las mejores propuestas de la temporada.