Gilgamesh es el poema sumerio que cuenta la historia del legendario rey de Uruk. La adaptación teatral de Álex Rojo logra reflejar el viaje interior del protagonista y crear el ambiente sagrado, mágico, onírico y sobrenatural de un tiempo en que los dioses participaban de los asuntos de los hombres, realzando así el carácter épico del relato.
Entramos en la sala y vemos el escenario desnudo, que los personajes habitarán desde todos los ángulos; en su centro, tan solo una pequeña lira iluminada por los focos. La versión de Rojo es un espectáculo profundamente sensorial, que utiliza la música de percusión y cuerda y los olores para atrapar y sumergir al público en el universo mitológico sumerio desde los primeros segundos. Asimismo, la iluminación de Alberto Romero propulsará la apertura de diferentes espacios en un escenario poco o nada realista, invitando al espectador a imaginar lo que los personajes narran. Eso sí, tendrá que estar atento en todo momento a la recitación del verso y al desarrollo de los acontecimientos para no perder detalle.
Por otro lado, el elenco realiza un trabajo actoral impecable, tremendamente físico, y, en principio, bastante arriesgado. De hecho, cuatro de los cinco actores asumen la interpretación de dos o más personajes. Entre verso y verso, construyen personajes medianamente complejos que, a través de cada pequeño gesto y movimiento, desvelan sus actitudes, instintos, intenciones y evolución. Por ejemplo, sabemos de la lujuria de Gilgamesh sin que medie la palabra. En este sentido, destaca la combinación de virilidad y profundidad en los personajes de Gilgamesh y Enkidu, interpretados por Ángel Mauri y Alberto Novillo respectivamente, y las escenas de lucha escénica que potencian y muestran su vínculo fraternal.
En mi opinión, la originalidad de esta adaptación reside sobre todo en el trabajo coreográfico, que supera por momentos la palabra y se convierte en el eje y motor de la representación; espiritualidad, delicadeza, fuerza, sensualidad y erotismo se conjugan en la bellísima escena en que Endiku se encuentra con Shamhat, interpretada por Irene Álvarez. No será la última vez que la actriz nos deleite con sus dotes para la danza y la seducción, ya que, posteriormente, concretizará con su cuerpo personajes de corte alegórico, conservando y aprovechando en escena los símbolos que los caracterizan.
El aspecto simbólico se potenciará durante las últimas escenas de la representación y con los personajes de Upnapishtim y su hija, interpretados por Alfonso Luque y Macarena Robledo, dos actores de voz potente cuya intensidad se va tejiendo y apreciando a medida que la historia de desarrolla. Robledo, además, está espléndida en todos sus papeles, navegando en la feminidad de mujeres fuertes y vulnerables al mismo tiempo y explorando su vis cómica.
Gilgamesh es un proyecto arriesgado, que podría resultar un tanto denso para el espectador poco acostumbrado al verso y la escenografía sobria, a pesar del trabajo de coordinación y compenetración entre los intérpretes y la ambientación hipnotizadora. Por momentos, coreografías puntuales que incorporan elementos escenográficos, musicales o atuendos cargados de simbolismo resultan pueriles o incluso humorísticos, rompiendo el tono solemne de la obra. Lo que sí es cierto es que Rojo transmite el mensaje de la epopeya y las reflexiones sobre el sufrimiento a causa de la muerte del ser querido y la mortalidad de los hombres, sacando a relucir su lado más primitivo y salvaje.