Entender el amor, como si fuera tan fácil. Por eso esta obra tiene un objetivo complejo y necesario: hacerlo. Sí, hacer el amor. O internarlo, al menos. A través de un gesto, de una palabra o de la misma música. Ya lo decía Ingmar Bergman (presente en el guión) que sólo la música le dio la oportunidad de revelar sus emociones.
Y sobre el escenario se planta una pareja con las mismas dudas y los mismos miedos que el espectador. Porque todos titubeamos en algún momento. O no. Pero cuando uno de los dos cruza la línea se alcanza un desenlace. Y ahí está la clave.
Francesco Carril y Ángela Boix se animan a romper la cuarta pared para interactuar de forma sutil con el público. Una mirada, una palabra. Los personajes hacen al espectador cómplice. Y se agradece, en este caso.