Cualquier periodista medianamente responsable que a la hora de difundir alguna información haya intentado cumplir con aquella máxima del «no publiques nada que no esté bien contrastado» habrá huido también del mantra tan repetido de «nunca dejes que la verdad arruine un buen titular».
Habría que preguntarse si hoy en día esas máximas se mantienen con las nuevas generaciones de periodistas ocupando puestos en redacciones de todo el mundo en una sociedad acechada por las fake news que sobrevuelan como buitres a la espera de un buen festín.
Y como no hay blanco sin negro ni sombra sin luz, también habrá quienes recurran más al famoso lema de: «estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros».
Precisamente esa diatriba, esa batalla entre la responsabilidad de informar con rigor o no, es lo que se analiza en Hechos y Faltas, la adaptación del libro What Happens There, que se representa en el Teatro Pavón. Realidad VS la ficción, información VS opinión, periodismo VS creación literaria.
John D’Ágata, un reputado autor, escribe una crónica para una de las mejores revistas de EE.UU. El objetivo: analizar la tasa de suicidios en la ciudad de Las Vegas. Antes de que se publique, Emily, la redactora jefa del medio, encarga al becario Jim Fingal la verificación de la información escrita por John. Todo parece sencillo hasta que, de pronto, el recién llegado al mundo del periodismo descubre que hay un «pequeño» problema: gran parte de lo que ha escrito D’Ágata es falso. Directamente, se ha inventado los datos.
A partir de ahí, entra el juego la ética, tanto la personal como la profesional, un juego de opiniones entre los tres protagonistas de esta historia que analiza, desde un punto de vista cómico, cómo esos límites están más difuminados de lo que parece.
Sobre el escenario, tres nombres: Ángeles Martín, Antonio Dechent y Juan Grandinetti. Tres actores cuyos personajes te crees desde la primera frase.
Los diálogos están muy bien trabajados. Destaca la ironía y la crítica velada al trabajo de muchos medios de comunicación por conseguir ser los primeros en publicar algo, por aquello de llegar antes que nadie, a pesar de que por el camino se pierdan valores vitales para el periodismo como el rigor, la seriedad, la justicia o, el más importante, el compromiso con la verdad.
Con una escenografía sencilla, la historia discurre de forma trepidante, a contrarreloj. ¿Qué debe hacer la revista? ¿Publicar algo aun sabiendo que lo que se narra es, en parte, falso para llamar la atención en un sector de colmillos afilados ? O, por el contrario, ¿ser fiel a la ética periodística?
La respuesta, como en los libros, está en el teatro.