Está la sala del Teatro del Barrio llena y tengo la sensación de que todos son amigos y familia del protagonista de la noche, no sólo porque identifico a algunos -cómo de emocionante debe ser ir a ver a tu padre al teatro siendo tan reconocido-, sino porque se ve que todos vienen al estreno de alguien cercano y seguramente no es la primera vez, todos estamos en el salón de la casa de un conocido, todos queremos saber qué tiene que decirnos alguien que ha vivido tanto en las tablas y fuera de ellas.
Héctor Alterio tiene 93 años y vive y siente cada palabra que dice como si tuviera muchísimos menos pero con el peso de todos ellos, recita con mimo y cuidado cada verso que termina con el dedo en alto seguido por un piano que lo acompaña en una perfecta sinergia.
Es difícil describir este espectáculo y es difícil contar qué cuenta, porque es más un cúmulo de sensaciones y emociones que hacen al espectador viajar por distintos lugares, todos únicos, todos interesantes, a ambos lados del océano. Reflexiona sobre la vida, el amor, la migración y la nostalgia entre otras cuestiones. Vuelve a los inicios: no se necesita nada más que una voz, un foco y algo de música, sin grandes efectismos.
Si parece que Alterio lleve toda la vida haciendo lo que hace sólo con una voz y un foco es porque efectivamente así es.