Confieso que no esperaba que Houdini fuera un musical tan oscuro. Fui pensando en un espectáculo de magia y canciones, y salí con la sensación de haber asistido a algo mucho más profundo: una historia sobre la obsesión, la fama y los límites entre la ilusión y la realidad. No conocía del todo la figura de Houdini y me pareció fascinante descubrirla desde esta mirada tan humana, intensa y, a la vez, tan teatral.
El espectáculo te atrapa desde el primer minuto y no sólo por los grilletes del escapista. Gracias a una partitura poderosa, canciones pegadizas y voces que emocionan. Podría haberse contado sin ser un musical, pero la música la eleva a otro nivel. No solo acompaña la historia, la transforma: cada tema añade emoción, tensión o magia, convirtiendo la función en algo que se siente tanto como se escucha.
Las idas y venidas en la línea temporal, que podrían haberse vuelto confusas, están resueltas con mucho acierto, aunque quizá sea un detalle demasiado sutil. La iluminación de los carteles al fondo del escenario marca los cambios de época y de lugar, ayudando a que el espectador se sitúe siempre en el tiempo y el espacio adecuados. Además, la escenografía juega con lo que ocurre dentro y fuera de escena: lo que vemos y lo que se oculta. Esa dualidad refuerza el carácter de metashow del musical, donde el propio montaje se convierte también en un juego de apariencias y revelaciones, como si la obra se mirara a sí misma a través del espejo del ilusionismo.
Las interpretaciones son, sin duda, el gran pilar del montaje. Pablo Puyol ofrece una actuación de entrega total: canta cabeza abajo, tumbado o en cualquier posición imaginable, y siempre con una voz impecable y una presencia magnética. Es un todoterreno con un físico portentoso que le permite bordar continuamente en un papel tan exigente. Julia Möller brilla con elegancia y fuerza, aportando una sensibilidad que da profundidad a la historia. Juntos logran una química escénica que hace que cada número tenga verdad y emoción.
Además, el punto de humor que aporta «la muerte», el personaje que interpreta Juan Dos Santos es un acierto total. Este secundario se convierte, como todos los secundarios de la historia del cine y el teatro, en esencial: rompe la tensión en el momento justo y conecta con el público de una forma muy natural, rompiendo continuamente la cuarta pared y actuando como un narrador que también moldea la historia a su gusto.
Y cómo no, Christian Escudero está, una vez más, excelente. Tiene esa capacidad de llenar el escenario con solo aparecer, de darle peso y credibilidad a todo lo que toca. Su interpretación es precisa, carismática y demuestra, otra vez, por qué es uno de esos artistas que nunca fallan.
Los trucos, por supuesto, son de otro mundo. Sorprenden, fascinan y están tan bien integrados que ni te das cuenta de cuándo te están engañando. Mi consejo es que te dejas llevar y lo disfrutes. Si no buscas desvelar el misterio, seguramente salgas del teatro creyendo que la magia existe de verdad. Y eso siempre es mejor, más bonito y más satisfactorio para una misma.
Si hay algo que se puede mejorar, es el preshow. La idea es original, pero no resulta accesible para todo el mundo. Las escaleras y los espacios cerrados pueden ser complicados para personas con movilidad reducida o con claustrofobia. Además, las luces estroboscópicas en algunos momentos de la función pueden resultar molestas para ciertos espectadores con mayor sensibilidad.
Aun así, Houdini es un espectáculo redondo, con alma, talento y una magia que va más allá del truco. Una historia fascinante contada con música, emoción y una puesta en escena que te deja con la sensación de haber presenciado algo único y, de verdad, mágico.