No me acuerdo de cuándo fue la última vez que fui a ver un musical a una sala pequeña, íntima y off de Madrid; creo que fue hace 2 años, más o menos, así que cogí la oportunidad de ver Hueco, el musical con muchas ganas e ilusión.
Miriam Estrella, Alberto Bravo, Anabel Fernández y Alberto Coca son los protagonistas de esta producción. Las voces del elenco son maravillosas y casi cantando «a capella» en la sala Azarte es un plus y algo que quisiera recalcar, ya que es muy difícil proyectar la voz en estos espacios y hacerlo de esta forma mágica.
La historia es buena y tiene un punto de partida muy interesante, así como interesantes reflexiones, pero en algunos puntos de la trama se diluyen y se pierden en el espacio y en otras ideas que no calaron muy hondo en mí; en cambio cuando las ideas se expanden a lo largo del texto, me gustaron, me sentí identificada y empaticé con ellas.
Es un musical muy arriesgado y, aunque en un primer instante no sabes que te encontrarás, los actores y actrices en sus respectivos roles serán capaces de llevar al espectador a buen puerto. Las interpretaciones de toda la compañía son creíbles y están bien ejecutadas, pero al ser un espacio pequeño, pienso que por eso la escenografía es casi inexistente, queriendo suplir esto con el juego de luces y algunos efectos sonoros geniales, pero le resta mucho a la calidad del espectáculo la escenografía.
Hueco, el musical es una obra inteligente en cuanto al tono de la narración, en cuanto a la manera de contar la historia, tiene unas canciones muy bonitas que en unas voces como las de Miriam, Alberto, Anabel y Alberto suenan de lujo y un texto que recuerda al teatro de lo absurdo, pero en pleno siglo XXI, ya que trata de lo que en estas obras se hablaba en 1940, 1950 y 1960.