Ignatius es mucho más que un cómico que ejecuta un grito sordo o un tipo que chupa pezones. Para empezar, denota una extraordinaria sensibilidad, aspecto que agradezco especialmente. Hace poco un hombre que trabaja en un alto cargo del sector teatral me decía que «se veía patético» por llorar en escena. Asociar la sensibilidad a debilidad me parece un error, hay que ser muy valiente para ser consecuente con lo que se piensa, se siente y se comunica. Parece lógico: pensar, sentir y comunicar al unísono. Sin embargo, parametrizados con «el qué pensarán» nos vamos disfrazando de máscaras que desequilibran esta tríada. Por suerte, hay personas como Ignatius que son consecuentes con esta alineación y nos regalan un ejercicio de sinceridad.
El espectáculo es un caos y eso no es necesariamente malo. Ofrece una libertad al público, una cercanía y una interacción que suma a la obra y hace que cada función sea diferente. Desde mi punto de vista, hay que tener un talento extraordinario para interactuar en vivo con el público y construir una réplica inteligente sobre lo que se te ofrece en fracción de segundos.
Tuve la suerte de recibir un par de los textos que usa en sus reflexiones. Pensé en que bien podría ser un filósofo del s.XXI, con una pizca de poeta. Sí, se nota que Ignatius lee, lee mucho y mastica sus pensamientos antes de compartirlos. Tiene un pensamiento crítico con base sólida de la que no alardea sino que destila mediante ese personaje de clown que se ha creado. Esa mezcla extraña pero que conecta con un público muy variado: en platea había desde personas pensionistas hasta jóvenes que acaban de cumplir la mayoría de edad.
La entropía es una medida de desorden que tiende a aumentar en un sistema cerrado. Disfrútenla.