El teatro es un arte magnífico que muchas veces queda comparado con la magia. Con un buen truco. Desconozco el truco de estos tres brillantes actores, así cómo de su directora Alejandra Martínez de Miguel, pero han conseguido dejarme totalmente maravillada.
Partimos de una base muy innovadora, una idea diferente que te deja simplemente sin palabras. Se desarrolla una historia de amor con «saltos temporales» que no te pierden dentro de la historia, y eso es algo (a mi entender) bastante difícil de conseguir. Estos pequeños recuerdos se reflejan en forma de monólogo y en escenas de réplica entre estos personajes en un uso de la dialéctica y la indagación personal simplemente increíble. La reflexión de los propios personajes dibuja un paréntesis en la memoria del espectador, haciéndole no sólo partícipe de una situación pasada que todos hemos vivido en cuanto al amor, si no, haciéndole reflexionar sobre la fina línea del horror y lo bonito de crecer.
Bárbara Valderrama consigue aportar una frescura en ciertos momentos de la obra, que es digno de admirar. La personalidad y el esfuerzo que tiene el personaje hace que se vea un crecimiento de este a cada escena dentro de una interpretación de 10. Manel Hernández toma las riendas de la obra en bastantes puntos de la misma, entre contradicciones y realidades que hacen presenciar lo que verdaderamente es crecer. Con la expectativa, no es suficiente, se lucha y muchas veces esas luchas te harán caer al suelo, pero con personajes cómo el suyo, muy volcados en la vida real, comprendes llegados a cierto punto, que hay que saber levantarse. 10.
Juan Pablo Cuevas, actor y escritor de la obra, fue el principal responsable de dejar mis emociones a flor de piel encauzando un final totalmente inesperado precedido de unas palabras que fácilmente quedarán grabadas en mi mente.
Un trío actoral totalmente sobresaliente que traspasa los límites del amor en una historia de lucha constante con el pasado, el presente y el miedo al futuro. Este último, es vencido llegados a cierto punto de la obra, en que los propios actores en un encuentro sumamente pasional (y precioso visualmente por cierto) tras copas de más, vencido cómo decía por las palabras escalonadas de estos personajes hacia el público. En un acercamiento directo con el espectador en aras de derribar esa cuarta pared aunque, en mi opinión esa metafórica pared dejó de existir desde el minuto uno de actuación. La historia te capta, indaga dentro de ti y te hace reflexionar sobre diferentes sentimientos que hace al espectador indagar en sus propios recuerdos.
Maravillosa en todos los sentidos. Un aplauso sin final.
Que aunque caigamos al suelo mil veces por el amor o por ese sueño de niños que parece no llegar. Que aunque no nos reconozcamos al mirarnos al espejo, aunque tengamos miedo y no sepamos cómo salir de él, recuerda algo:
«Si yo no doy el paso, ¿quién lo va a hacer si no?»