A Calderón le dan mambo del bueno

Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico: La señora y la criada

Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico: La señora y la criada
13/12/2019

Es innegable el gusto de Miguel del Arco por dar a los autores clásicos un toque diferente, sin pasar por alto su esencia, abordándolos desde su particular mirada y aportando ese «¿y por qué no?» que los transforma y nos los descubre desde un ángulo insospechado. Algo que vuelve a hacer con La señora y la criada de Calderón.

Nos encontramos en la Italia de los años 50, con todos sus estereotipos vistos en el cine clásico de la época que, sorprendentemente, encajan a la perfección con el planteamiento «calderoniano». Miguel ha optado por llevárselo al extremo, exprimiendo el jugo a esos versos gamberros, desprejuiciados y muy cachondos, poniéndolos en boca de unos personajes delirantes, caricaturescos y extremos que dan forma a este vodevil explosivo, de ritmo frenético, y de furor incontrolable – ¡Viva la revolución sexual! – que no da un segundo de respiro y que, incluso, podría decirse que resulta casi un musical ¿Quién iba a decir que Calderón casaría tan bien con el Mambo Italiano o con Raffaella Carrá? Pues lo hace, ¡vaya que sí! La música es importantísima, ayuda a avanzar en la trama, es un complemento maravilloso en las transiciones, incluso es la forma de expresarse de alguno de los personajes ¡Padam! y, lo mejor, hace que salgamos del teatro tarareando.

El delirio vodevilesco se desparrama por la escena en esta comedia de enredos en la que todo funciona como un reloj suizo. Desde esa versión tan asequible y chispeante de Julio Escalada, pasando por una escenografía – Amaya Cortaire – y unas luces – Juanjo Llorens – que juegan a favor en todo momento, hasta llegar a esa fantástica música – Arnau Vila – de la que ya he hablado. Pero nada de esto funcionaría sin un elenco como el de La Joven del CNTC, un reparto en estado de gracia -Del primero al último- que sale a divertirse, arriesgando, poniendo toda la carne en el asador y dejándonos boquiabiertos con todo ese derroche de talento. Da igual que Del Arco les ponga a cantar, a hablar o a bailar, que les pida que jueguen a pasarse tres pueblos, ellos aceptan el reto y se lo devuelven multiplicado. Con permiso de sus compañeros, y a riesgo de ser injusto, no puedo no mencionar a Alba Recondo que nos regala un personajazo recargado de gestos, intenciones, ¡deslumbrante!; ella se lo pasa de muerte en escena y nosotros nos lo gozamos a manos llenas; o la solidez actoral de Irene Serrano, Alejandro Pau y Mariano Estudillo. Estoy seguro nos va a dar muchísimos momentos de disfrute, ¡ya lo hacen!

¡Queremos más comedias de Miguel del Arco (algún musical también) y queremos más de ese torrente de talento que guarda dentro La Joven del CNTC! (Ay, qué ganas de esa versión que nos va a llegar de Sueño de una noche de verano en breve). Como decían por ahí, propuestas así demuestran que el teatro clásico no es algo casposo y acartonado y hace que el público joven, y no tanto, encuentre placer viéndolo.

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