Decía Dostoyevski que a veces nos encontramos con personas, incluso perfectos extraños, que comienzan a interesarnos a primera vista, de repente, antes de que se haya dicho una sola palabra.
Eso es, seguramente, lo que les pasa a los dos protagonista de El sonido oculto, la obra que, tras arrasar en Broadway, llega al Teatro Pavón gracias a la adaptación de Juan Carlos Rubio.
Sobre el escenario, dos bestias que atrapan desde el primer momento: Toni Acosta, que interpreta a una profesora de escritura creativa en la Universidad de Salamanca y Omar Ayuso, que encarna al misterioso Hugo Barroso: un estudiante loco por la literatura y que, sin apenas decir una palabra, capta la atención de la profesora.
A partir de ahí, ficción y realidad se mezclan constantemente sobre un escenario sencillo que recrea el aula de escritura creativa de la Universidad, la casa de la profesora, los bancos de un parque salmantino por el que ésta suele salir a pasear… Y todo, cubierto por una capa fina de nieve que es una buena metáfora sobre el paso del tiempo o las etapas vitales que cada uno de nosotros afrontamos y que se van superponiendo.
Él desea escribir, quiere crear algo tan grande como lo que salió de la pluma del mismísimo Dostoyevski, formar parte del Olimpo de la literatura y ella, que en su día llegó a escribir una novela y varios libros de cuentos, parece haberse apagado. Él busca en ella la inspiración para escribir LA novela y ella, sin apenas darse cuenta, encuentra esa inspiración en él. Y lo hace para llegar a tomar una decisión que cambiará radicalmente su vida. Y es en esa búsqueda donde la verdad, lo que parece verdad y lo que, sin serlo, cobra una apariencia de realidad se entremezclan como lo hacen también sus sentimientos y sus ganas de conseguir sus propios anhelos.
El guion rompe con la cuarta pared. Más allá de la interacción entre los dos personajes, la protagonista se dirige a un público al que cuenta su historia, la suya propia y la que, en algún momento, vivió en Salamanca con ese estudiante que es, a veces, una especie de halo que aparece y desaparece. Las vidas de los personajes, esas que se van mezclando, llegan a fundirse hasta el punto de no saber si lo que pasa es real o tan solo fruto de la mejor trama para una novela, una nueva novela, como las que nacieron de la imaginación de Dostoyevski.
La sensación final es la de saber que uno acaba de ver algo tan grande que necesita tiempo para entenderlo, para procesarlo y para -y esto es lo bueno- terminar amándolo cada vez más.