Toda boda, en la tradición de los ritos, es el inicio de una vida diferente, abierta a la esperanza y el optimismo. La mención a los difuntos ajenos, en nuestra cultura, suele sonar a insulto gitano. La mezcla de ambos ingredientes parece presagiar nubarrones de tormenta.
Pablo Canosales, grandote no sólo en estatura, reúne a una familia demasiado convencional en dos espacios (el automóvil y el salón de celebraciones) de libertad limitada que condicionará tanto sus palabras como sus actos. La excusa, la boda de uno de los hijos, fuerza el contacto entre los personajes en un entorno hostil en el que afloran tensiones y conflictos no resueltos. Las formas se han de mantener en el espacio público, pero en el ambiente privado las fricciones y los choques se producen con la espontaneidad de lo cotidiano.
Con una eficaz y rica escenografía de blanco fúnebre, los personajes se atacan y defienden su espacio personal. El surrealismo está servido con la figura del camarero (César Sánchez) cuya intervención añade un tono disparatado a un banquete en el que nada es previsible, en la mejor tradición de la comedia absurda en el ruedo ibérico….. Continuar leyendo en TRAGYCOM