Ese pelo verde, característico, que describe Isabel Allende en las páginas de su novela, La casa de los espíritus. Ese halo de misterio que siempre envuelve a las grandes sagas históricas familiares. Un Chile en su discurrir por los años previos al ataque a La Moneda, la muerte de Salvador Allende, el inicio de la dictadura de Augusto Pinochet. Es complicado enfrentar la adaptación de un texto tan profundo, personal, histórico y que, a veces, roza el realismo mágico que caracteriza la literatura de Gabriel García Márquez. La propuesta, dirigida por Carmen Portaceli, no obstante, es tan rompedora como riesgosa. Sobre todo acertada. Casi tres horas y media en la butaca, mirando estupefacto un relato que te mantiene pegado a la escena, con unos personajes muy bien pintados, entre los que destacan los interpretados por Francesc Garrido y Carmen Conesa. Un fresco de época que, si bien pincha un poco en escenografía y vestuario, logra resurgir desde la calidad a secas de un texto brillante y un final apoteósico que refleja ese ir y venir que marca el paso del tiempo. El mapa genealógico se va armando, la historia avanza de forma sinuosa, elegante, rítmica, con un pálpito que nos va guiando desde la finca de Las tres Marías, hasta ese bello Santiago de Chile. El Teatro Español vuelve a brillar, de la mano de este texto contemporáneo clave de la literatura latinoamericana.
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