La colección, escrita y dirigida por Juan Mayorga, es una obra para la reflexión. Desde el momento en que accede a la sala, el espectador se encuentra ante un escenario atiborrado de cajas negras de distintos tamaños, dispersas sin orden aparente, formando un laberinto (quizá un esqueleto, tal vez un vertedero). Pronto se sabe que ese conjunto informe no son los objetos coleccionados: las cajas, etiquetadas con un nombre de lugar y un número, solo contienen información sobre los elementos de una colección que ha ido acumulando a lo largo de su vida una pareja de ancianos, Héctor (José Sacristán —¡qué prodigiosos 86 años!—) y Berna (Ana Marzoa), un matrimonio sin hijos que, ayudado por un personaje ambiguo, Héctor (Ignacio Jiménez), busca una posible heredera de la colección en Susana (Zaira Montes).
“Hacer justicia a las cosas” es frase que se repite varias veces en la obra. Hacer justicia a alguien es, según el diccionario, ‘obrar en razón con él o tratarle según su mérito, sin atender a otro motivo’. Y de eso trata la obra, de tratar a las cosas según se merecen, de reflexionar sobre ellas atendiendo a la razón. Porque la obra es una reflexión profunda sobre preguntas esenciales: ¿qué relación tenemos con las cosas?, ¿las cosas adquieren valor por sí mismas o en relación con las demás?, ¿a qué sacrificios obliga la pasión de coleccionar?, ¿elegimos nosotros las cosas o son las cosas las que nos eligen a nosotros? Hacia el final de la obra, cuando se rompe la cuarta pared, el espectador entiende también cuáles son las piezas de la colección y por qué cada una es única, irrepetible e imprescindible.
El espectáculo se sostiene sobre las moduladas palabras de José Sacristán y Ana Marzoa —cuyas interpretaciones dan sentidos nuevos al texto y lo llenan de matices y sugerencias simbólicas—, a los que dan excelente réplica Ignacio Jiménez y Zaira Montes. El movimiento escénico se reduce a lo imprescindible para no distraer del hilo de los argumentos y reflexiones de los personajes, a cuyo servicio están también la excelente iluminación, la música y la escenografía. Y para representar esta “caverna” platónica, no se me ocurre lugar más apropiado que la cúpula de la sala San Juan de la Cruz de La Abadía.
Si hay un teatro que nos divierte y otro que nos ayuda a conocernos mejor, La colección se enfoca sobre todo hacia esta segunda tarea. “Todos tenemos una colección secreta”, se dice en el escenario. Y será el espectador, al salir de la obra, el que deba indagar en cuál es la suya propia, qué beneficios ha obtenido con ella y qué renuncias le ha exigido alcanzarla.