Con un ritmo que va in crescendo, esta obra se basa en la gracia intrínseca que hay detrás de un error, de una equivocación, de un imprevisto. Y cuando todo se despedaza, siempre puede haber margen para un redoble final.
Los actores rompen la cuarta pared para interpelar al público y nos recuerdan los gazapos propios del teatro amateur, elevados a la máxima potencia. Interpretaciones exageradas, escenografía que se desmantela, técnicos de luz y sonido que no entran a tiempo… no deja de ser un homenaje encubierto a todas las piezas del engranaje que, desde la sombra, son indispensables para que cualquier montaje teatral vaya viento en popa.
El humor que juega esta obra que destila al británico de los Monty Python trabaja gags muy convencionales y ya vistos en comedia pero que, aún así, siguen funcionando entre el público en general. Sin duda, antes o después, te saca una risa de las entrañas y te recuerda que las cosas que van mal siempre pueden ir a peor y qué mejor que echarle una sonrisa a los imprevistos que te plantea la vida.