Pensaba yo viendo esta obra que, una vez, hace muchos años, alguien me dijo que los pianistas (supongo que los instrumentistas en general) de élite podían contratar un seguro para sus manos, porque es su medio de vida, porque sin ellas no pueden ejercer su profesión. Eso me llevó a pensar que entonces algunos deportistas de élite también harían lo mismo con partes de su cuerpo. Nunca comprobé si era cierto.
Pero pienso en todo esto mientras veo cómo un inversor de manos, interpretado por Ángel Velasco, le ofrece al personaje interpretado por Víctor Castilla alquilarle su mano por una importante suma de dinero. Y, a cambio, hará con ella lo que él, su nuevo dueño, le pida.
Esta premisa tan original del dramaturgo Carlos Zamarriego hace que nuestro protagonista pase por situaciones, digamos, moralmente incómodas y, sin reventar mucho la obra, podemos contar que no le facilita la vida al que un día decidió que cobrar un dinero (que, evidentemente, necesitaba) por prestar su mano era buena idea. Y, de nuevo, sin reventar mucho, yo pienso en la pelicula El Hoyo. En esa cosa macabra de los de arriba aprovechándose de los de abajo y los de abajo sin mucha escapatoria. Como siempre.
El equilibrio entre comedia y drama es perfecto, porque sin comedia esta obra seria difícil de digerir. Digamos que el texto no es (tan) gracioso, pero por suerte la manera de poner en pie esta historia es, en muchas ocasiones, muy cómica. Y menos mal. Victor es graciosísimo simplemente saludando, un poco como le pasa a Carlos Areces, que con estar ya hace gracia. Y Ángel tiene algo que hipnotiza, porque lo miramos con una mezcla de curiosidad y asco, con esa sonrisa encantadoramente malévola, entre divertida y oscura.
Salgo preguntándome por cuánto dinero podría yo ceder una parte de mi cuerpo un ratito, si es que podría. Deberíais ir a verla solo para intentar responderos a esa pregunta. Y para ver si esto tiene alguna relación con El Hoyo o me la he inventado yo.
Pero sobre todo también para saber si estoy escribiendo esto siendo yo la dueña de mis manos, o no.