En silencio todos estos años

La muda

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La muda → Teatro del Barrio
10/10/2023

Fue el enero del 1992 cuando Atlantic Records publicó el debut de la pianista norteamericana Torio Amos, Little Earthquakes (Pequeños terremotos). La irrupción en las listas de éxitos de una chica pelirroja hablándonos tanto de depresión, sexualidad, culpa, placer y de todos aquellos terremotos que sacuden nuestra vida y de los silencios que se han mantenido durante años hasta llegar el momento de habla. Este era el caso -también- del segundo single de este álbum: Silent All These Years (En silencio todos estos años), en la que Amos, no solo nos decía como escuchaba el Anticristo gritando en su cocina y que su perro no mordería a nadie si se estaba quieto, y que sentía su voz a pesar de que esta permaneciera en silencio. Esperando el momento adecuado para hablar. Era, en cierto modo y según su productor musical, su biografía y se tenía que incluir como single. Este derecho a réplica suyo a levantar la voz y verbalizar todos sus demonios interiores hasta que llegó el momento de hablar, o en este caso: cantar. También se afirmaba, a la misma canción y a entrevistas posteriores (en tiempos en el que nos interesaban las letras de las canciones) que estaba inspirada en el cuento de Hans Christian Andersen de La Sirenita. De una manera u otra, esperando el momento para salir y expresar todo aquello que permanecía oculto. Cómo es también el caso de esta muda que da título a su mismo espectáculo: La Muda

La explosión volcánica que supone la representación de La Muda deja muy abajo en la escala un pequeño terremoto y cualquier otro fenómeno y desastre natural, porque deja atrás la retórica y va directo al grano y nos evidencia que, a pesar de pasarse muchos años en silencio, una vez habla y estalla, se tiene que escuchar con mucha atención todas las palabras que pronuncia la Marina Guiu en esta propuesta de – mal llamada – pieza de autoficción. Porque todo el que nos explica es verdadero y hacer uso del término de autoficción hace que, a veces y por parte de la audiencia más reaccionaria, se dude de su palabra, aludiendo a exageraciones, descontextualizaciones o mentira. La Muda es un espectáculo de una verdad incómoda que nos pasa por el encima como un inacabable tren de mercancías que chafa cada uno de nuestros huesos mientras pasa por encima nuestro, haciendo que cada verbo en escena nos haga daño, incluso días después de que haya caído el telón. muy conscientes del monstruo de sociedad que hemos alimentado entre todos a lo largo de los años y que en muchas ocasiones ni nos hemos dado cuenta, y si nos hemos dado cuenta, hemos perdido la mirada al techo esperando que pase.

Los datos, que nos presenta solo empezar el acto, son del todo demoledoras y no pasan paso inadvertidas: uno de cada cinco niños sufrirá abusos sexuales antes de llegar a los diez años y en un 80% de los casos, los abusadores formarán parte de su entorno familiar o próximo, y a partir de aquí nada volverá a ser igual. A partir de aquí es difícil determinar cuál es el camino que emprenderá cada una de las víctimas de estos abusos, pero el mal trance y la culpa los persigue, a menudo, de por vida.

El silencio en el texto de La Muda acompaña a la protagonista durante un par de décadas hasta que llega el momento de habla y poder verbalizar todo aquello que desde dentro remueve el alma hasta que no se puede más y se tiene que dar forma a la angustia creada por todos estos abusos y malestar. En el caso de Guiu y de su directora, Raquel Arnaiz, prefieren hacer una primera parte como puesta en escena y dentro de esta puesta en escena, otra en forma pictórica que noche tras noche acontece en el taller de una artista que crea uno recrea la boca de un volcán o directamente la puerta de un infierno personal al cual muchas víctimas se ven abocadas desde el silencio y la culpa.

Menos de un 10% de las víctimas de abusos sexuales durante la infancia o su adulta denuncian estos abusos y en muchas ocasiones, los delitos ya han prescrito. Son pocas las víctimas que deciden levantar la liebre, porque verse sumisas al ostracismo y el rechazo social es una constante en estos casos que, a menudo, se tardan demasiado a denunciar y es para lo cual mismo que a menudo se consideran como venganza. La paz romana que se rompe una vez se revela este oscuro y sórdido secreto difícilmente se puede reinstaurar. Y por el camino, como suele pasar siempre, nos agotamos de encontrarnos y escuchar a abogados del diablo que niegan las evidencias y dan ningunean a las víctimas.

La culpabilización a estas es una constante, y más si estas deciden y son capaces de anteponerse y rehacer sus vidas y mirar de disfrutar de una existencia placiente y alejada del mal a las cuales han sido sometidas. Cómo si la única solución a este dolor sea lo de un perpetuo y blanco luto que tendrán que arrastrar hasta el fin de sus días. Los casos a menudo los vemos en la televisión de revictimización de abusos sexuales para que sean capaces de hacer su vida o incluso sonreír. Es en este momento cuando nos damos cuenta que quizás los seres vengativos son aquellos otros que ningunean al dolor de las víctimas o que consideran que tienen que denunciar de forma inmediata, a pesar de no comprender el abuso a que se ven sometidas. Esperando la sapiencia de un adulto en el cuerpo de un niño, cuando posiblemente serían incapaces de detectar un caso como este a pesar de que pasara ante sus narices. Que ni que fueran pequeños terremotos o grandes erupciones volcánicas serían capaces de otorgar la atención merecida.

La banalización y el espectáculo que a menudo se hace uso por habla de estos aspectos más sórdidos de la sociedad son mostrados de una forma tanto cruda como poética. Mostrándonos cómo de absurdo y desangelado es el mundo en los que nos encontramos. Aun así, también encontramos como, despacio, porque ya hace demasiado tiempo que se ha dicho bastante y es momento de revertir trayectorias erráticas de la sociedad que se repiten desde las noches de los tiempos.

La Muda acontece una montaña rusa de repentinas y frenéticas subidas que nos sueltan rápidamente en caída libre y antes de que nos demos cuenta volvamos a subir, con una euforia terrorífica que nos hace conocedores de la siguiente caída hasta el final. El montaje es un palmetazo en la cara que nos lo recuerda y que no olvidaremos. Mientras… continuaremos recogiendo nuestros dientes esparcidos por el patio de butacas pensante en próximas veces, cuando tendríamos que estar más despiertos y menos encantados.

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