La verdad de los domingos no es especial. No quiero decir que no sea buena, o que el actor (Íñigo Asiaín) no lo haga bien. Todo lo contrario. Quiero decir que no busca sorprender a base de escenografías ni artificios y que no trata temas grandilocuentes como el por qué existimos. Es una obra para gente «normal», con una vida «normal», amigos, familias….. Y es de eso precisamente de lo que trata. De temas y situaciones con los que todos nos identificamos en un momento u otro. Y lo hace desde el mas absoluto cinismo. Enfrentándonos a nuestras miserias y vergüenzas como ser humano, pero sin acusarnos de nada más que de eso. De ser humanos. Y siempre desde la sonrisa, incluso esa risa nerviosa que nos entra a todos cuando nos ponen en evidencia nuestros pequeños pecados.
Juan Bey consigue con este monólogo que nos riamos de nosotros mismos y, a la vez, que reflexionemos sobre como nos comportamos en nuestro día a día con nuestros amigos, nuestras familias o nuestra relación con nuestros padres o nuestros hijos. Utiliza, como digo, un frío cinismo para presentarnos ideas y sentimientos a veces difíciles de aceptar y por los que criticamos y se nos critica. Y los deja sobre la mesa para que seamos nosotros los que decidamos hasta qué punto estamos de acuerdo o no.
Desde luego, no se puede decir que salgas indiferente de este espectáculo. Estoy segura de que todos y cada uno de los presentes en la sala salimos conversando con nuestros acompañantes de cada tema que se planteó esa noche en el escenario. Seguro que consiguió que esa noche las visitas a facebook o twitter cayesen un poco. Al menos, unos cuantos, tuvimos tema de conversación para un rato.