En palabras de la escritora al frente de la adaptación de este texto de Emilia Pardo-Bazán, Irma Correa, hay algo tan tétrico en Los Pazos de Ulloa que bien podría recordarnos a las Cumbres Borrascosas de Emily Brönte.
La responsabilidad de trasladar este texto clásico a las tablas de hoy, supone un reto de hacer valer el legado de la escritora gallega, erigiéndose al mismo tiempo como una respuesta al encargo de la Comunidad de Madrid que, en este 2021, da inicio a la conmemoración del centenario de su fallecimiento, como lo hicimos en 2020 con la figura del bueno de Benito Pérez Galdós. De la delicadeza de una historia situada en la Galicia de principios del Siglo XX, LaJoven Compañía, –un proyecto clave en el panorama nacional, que apuesta por el impulso y apoyo de los jóvenes en las artes escénicas–, se tira a la piscina con una versión que no comparte casi ningún detalle con la novela de referencia, trasladándola a un entorno poligonero, de drogas, maltrato, marginación que nos hace guarecernos en un montaje de iluminación de diez y un vestuario tan brillante y sugerente, como chocante para esta historia supuestamente tenebrosa.
En definitiva, este trabajo dirigido por José Luis Arellano intenta, casi con demasiado ahínco, adaptar lo clásico a lo actual.